Devocional 29 jul.- A.W. Tozer

El lugar santísimo


Isaías 64:4 Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera.

El viaje interior que realiza el alma, yendo desde los desiertos del pecado hasta disfrutar la presencia de Dios es algo que se ilustra de forma hermosa en el tabernáculo del Antiguo Testamento.

El pecador que regresaba entraba primero al atrio exterior, donde ofrecía un sacrificio sobre el altar de bronce y se lavaba en el lavacro que estaba cerca. Luego pasaba a través del velo al lugar santo, donde no llegaba ninguna luz natural, sino solo la que salía del candelabro de oro, que es una figura de Jesús. 

Él es la luz del mundo y arroja su suave resplandor sobre todo. También estaban los panes de la proposición que hablaban de Jesús, el pan de vida, y el altar del incienso, que es una figura de la oración que nunca cesa.

Aunque el adorador ya había disfrutado de muchas cosas, todavía no había entrado a la presencia de Dios. Había otro velo que lo separaba del Lugar Santísimo, donde, sobre el trono de misericordia, habitaba el mismo Dios en impresionantes y gloriosas manifestaciones. Mientras el tabernáculo se mantuvo, solo el sumo sacerdote podía entrar allí. Solo podía hacerlo una vez al año mediante un sacrificio por los pecados del Pueblo.

Este fue el velo final que fue rasgado cuando el Señor entregó su espíritu en el Calvario. El autor sagrado nos explica que, al rasgarse este velo, abrió el camino para que todo adorador del mundo entrara por un camino nuevo y vivo a la presencia de Dios.

Los redimidos ya no tienen por qué detenerse con temor en el Lugar Santísimo. Dios quiere que continuemos hasta su presencia y vivamos ahí toda nuestra vida. Quiere ser conocido en una experiencia consciente. Esto es más que creer en una doctrina, es una vida a disfrutar cada momento y cada día. 

A. W. Tozer.

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