Devocional 17 jul. - Alexander Smellie

 Una salvación tan grande

1 Pe. 1:9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas. 

Nuestra salvación tiene un origen maravilloso. Su fundamento fue puesto en la eternidad lejana que no podemos rastrear. No es algo que sucedió ayer, ni que vaya a pasar mañana. El Padre la dotó de su propia eternidad. 

Nuestra salvación se confirma con un milagro que la corona, porque está asegurada por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por esta resurrección sabemos que Dios aceptó la obediencia de su querido Hijo y el derramamiento de su sangre en nuestro lugar. 

Por ella tenemos la certeza de que tenemos un fiel y misericordioso Sumo Sacerdote en los cielos. 

Nuestra salvación nos alcanza con una intervención maravillosa. Se extiende sobre nuestra alma por la santificación del Espíritu. Permanece fuera de nosotros hasta que nos da vida, instruyéndonos, limpiándonos y perfeccionándonos. 

Pero luego se convierte en nuestra posesión. ¿Quién podrá arrebatarnos lo que nos da el Espíritu de Dios? 

Nuestra salvación crece a través de un entrenamiento y una disciplina que son a la vez tristes y dulces. Llega a su plenitud por medio de la prueba de nuestra fe y de muchas tentaciones. 

Pero ¿por qué deberíamos quejarnos del camino cuesta arriba y de la experiencia dolorosa? Es por él que somos refinados y llevados más cerca de nuestro verdadero hogar. 

Nuestra salvación va hacia un fin consumado. Termina en la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible. La recompensa es gozosa, el esfuerzo corto y el descanso eterno. 

Es una salvación sin igual, que debería despertar en nosotros una maravilla sin pausa y una gratitud eterna. 

Alexander Smellie 


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