Devocional 01 may - Charles Spurgeon

El cristiano maduro

Jeremías 17:17 No me seas tú por espanto, pues mi refugio eres tú en el día malo. 

El camino del cristiano no está siempre lleno de luz, sino que tiene sus tiempos de oscuridad y tormenta.  La palabra de Dios dice que “Sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz” (Prov. 3:17), y eso es una gran verdad.

La fe está calculada para dar al ser humano felicidad aquí abajo y mucha más allí arriba, pero la experiencia nos cuenta que, aunque “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18), a veces esa luz se ve eclipsada. 

Hay ciertos tiempos en los que las nubes cubren el sol del creyente, en los que camina en oscuridad y no puede ver la luz. Muchos se han regocijado en la presencia de Dios por un tiempo, bañándose en su luz en las primeras épocas de su vida cristiana. Han caminado por delicados pastos, junto a aguas de reposo.

Pero, de repente, el glorioso cielo se llena de nubes, y, en lugar de la tierra de Gosén, tienen que caminar por el desierto. En lugar de dulces aguas encuentran arroyos turbulentos que son amargos a su paladar. Entonces dicen: “Ciertamente, si fuera un hijo de Dios no me sucedería esto”. 

¡No digas eso tú que caminas en tinieblas! Hasta los mejores santos de Dios deben beber la hiel. Hasta sus hijos más queridos deben soportar la cruz. Ningún cristiano ha disfrutado de una prosperidad perpetua. Ningún creyente ha evitado tener que colgar su arpa en los árboles.

Quizás el Señor te asigno al principio un camino suave y sin nubes porque eras débil y tímido. Atemperó el viento para que no dañara a la oveja esquilada. Pero ahora que eres más fuerte en la vida espiritual, debes entrar en la experiencia más madura y áspera de los hijos de Dios adultos.

Necesitamos vientos y tempestades que ejerciten nuestra fe, que nos arranquen la rama podrida de la dependencia de nosotros mismos y nos hagan echar raíces firmes en Cristo. El día malo nos revela el valor de nuestra gloriosa esperanza. 

Charles Spurgeon


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