Devocional 03 ene. – Stephen Charnock

La hermosura de su santidad

 

Éxodo 15:11 ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?

La santidad de Dios es su gloria y su corona. Es la bendición de su naturaleza. Lo hace glorioso en sí mismo y glorioso para sus criaturas. “Santo” es un adjetivo que está más fijado a su nombre que cualquier otro. Es su título más grande de honra. Él es luz pura y sin mezcla, libre de toda mancha en su esencia, naturaleza y operaciones. No puede verse deformado por ningún mal.

La idea de Dios no puede concebirse sin separar de Él cualquier cosa impura y que manche. Aunque es majestuoso, eterno, todopoderoso, sabio, inmutable, misericordioso y cualesquiera otras perfecciones que puedan dignificar a un ser así de soberano, si concebimos la idea de que no tiene la excelente perfección de la santidad e imaginamos que poseyese el menor grado de maldad, solo estaríamos haciendo de Él un monstruo infinito, menoscabando todas las otras perfecciones que le hemos adscrito antes.

Para Él, resulta una contradicción ser Dios y tener cualquier tipo de oscuridad mezclada con su luz. Negar su pureza hace que no sea Dios. La persona que diga que Dios no es santo, está hablando mucho peor de Él que si dijera que no existe Dios en absoluto. ¿Dónde escuchamos que los ángeles canten clamando por el eterno o fiel Señor de los ejércitos? Pero sí escuchamos que cantan Santo, Santo, Santo.

Dios jura por su santidad (Sal. 89:35). Su santidad es una promesa para la seguridad de sus promesas. El poder es su mano, la omnisciencia es su ojo, la misericordia es su corazón, la eternidad es su duración, pero la santidad es su hermosura. Es lo que lo hace hermoso y da belleza a todos sus atributos. Toda acción suya es libre de todo indicio de mal.

La santidad es la corona de todos sus atributos, la vida de todos sus decretos y el resplandor de todas sus acciones. No decreta nada ni hace nada que no sea consistente con la hermosura de su santidad.

Stephen Charnock

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