Devocional 29 nov. – Charles Brooks

La envidia

Proverbios 14:30 El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos.

La Biblia en Tito 3:3 dice que antes vivíamos en malicia y envidia, aborreciéndonos unos a otros. También 1 Cor. 13:4 dice que el amor es sufrido, benigno y no tiene envidia.

Tras reconocer la naturaleza y las ocasiones para la envidia, es necesario ver su bajeza y guardarnos a tiempo contra ella.

Considera qué pequeñas son las cosas que estimulan la envidia de la humanidad. Lo que se envidia no es una virtud superior, ni tan siquiera las facultades de la mente como el ingenio, el conocimiento o la prudencia, sino que se envidia lo externo: La belleza, la fuerza, las riquezas, el poder, la posición, los vestidos, los títulos y cosas semejantes.

Con frecuencia estas cosas se obtienen sin nuestro esfuerzo y son insatisfactorias y transitorias. Deja por tanto de envidiar aquello que es tan frágil y engañoso, y valora por encima de todo tu porción eterna.

Piensa en los deleites de los que la persona envidiosa se excluye y los tormentos a los que abre su corazón. Al no contentarse con lo que tiene, siempre se ve perturbada por lo que disfrutan los demás. ¡Asi amarga el transcurso de su vida! Esta persona se convierte en enemiga de sí misma, atormentándose sin parar, convirtiendo en veneno para sí misma todo, enojándose y afligiéndose por todo lo excelente.

La persona envidiosa actúa en contra de Dios. Por su envidia, encuentra faltas en su sabio reparto. Dios es quien determinó cada condición. ¿Depende de alguien el dónde nacería y bajo qué circunstancias? ¿Depende de alguno las conexiones que viviría o cuáles sería el resultado de sus empeños?

La envidia se opone al espíritu del cristianismo y descalifica a las personas para el reino de los cielos. El cristianismo es amor. Jesús demandó el amor como marca del discipulado. El amor al prójimo es el segundo gran mandamiento, y la envidia se opone al amor, porque allí donde hay envidia, hay contienda y obras malignas.

Charles Brooks

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