Devocional 30 oct. – Stephen Charnock
La inmutabilidad de Dios
Salmos 102:26 Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados;
Según
la promesa, el cielo y la tierra serán desechos y moldeados hasta alcanzar una
forma más hermosa. El mundo, en la caída, fue sometido a esclavitud y maldecido
por el pecado. Piensa en lo malo que es el pecado, que llevó a la obra de Dios
a la corrupción. Es una necedad poner nuestros corazones sobre aquello que
perecerá y se desvanecerá como el humo. Las cosas que perecen no pueden
sustentar el alma. Hemos de correr hacia Dios y descansar en Él.
Dios
no tiene ninguna variación en sus perfecciones de eternidad a eternidad. Es el
mismo en naturaleza, el mismo en voluntad y propósito. Cambia todas las demás
cosas como le place, pero Él mismo es inmutable en todos los aspectos, y su
sabiduría, poder y conocimiento son siempre los mismos. A Dios no le falta
nada, nunca pierde nada, y existe por sí mismo. No tiene ninguna nueva
naturaleza, pensamiento, voluntad o propósito. Es infinitamente bueno, sabio, santo
y sin cambio.
Si
Dios pudiese cambiar, no sería un ser perfecto. Los ángeles en el cielo ahora
están confirmados en un estado feliz y santo ¿no son más perfectos que cuando
tenían la posibilidad de cometer el mal? ¿Acaso los santos en el cielo, quienes
por la gracia se funden de forma inalterable a Dios y a la bondad, no son más
perfectos que si fueran como Adán en el paraíso, que podía perder su felicidad?
La
inmutabilidad es algo que afecta a todos los atributos de Dios. Cada una de sus
perfecciones es inmutable, y ninguna de ellas parecerá gloriosa si no tiene
este sostén. ¡Qué opaca sería su bendición si pudiese cambiar! ¡Qué tenue sería
su sabiduría si pudiese verse oscurecida! ¡Qué débil sería su poder si pudiese
languidecer! ¡Cómo perdería el brillo su misericordia si pudiese convertirse en
ira! La inmutabilidad es el hilo que teje todo el tapiz de los atributos de
Dios, para su gloria eterna.
Stephen
Charnock
Amén
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