Arrepentimiento
Arrepentimiento
Col 1:13-14 "Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados."
El arrepentimiento implica abandonar nuestra
independencia de Dios, nuestra enemistad y rebelión contra él, para volvernos a
su justicia. Esto nos llevará a aborrecer el pecado, pero también a un deseo de
hacer la voluntad de Dios. Se trata de una decisión firme y consecuente de
cambiar de bando. Implica pasar del reino de las tinieblas al reino de
Jesucristo.
Por lo tanto, el arrepentimiento nos lleva a asumir
una nueva mentalidad, nuevos deseos y una nueva voluntad de agradar a nuestro nuevo
Rey. No se trata únicamente de corregir defectos de nuestra personalidad, o de
adquirir una nueva rutina religiosa, es algo infinitamente más radical. Tiene
que ver con permitir que Dios asuma realmente todo el control de nuestra vida,
lo que se traducirá necesariamente en un cambio total con respecto a Dios, a
nosotros mismos, al pecado y a la justicia. Nuestra vida tendrá una nueva
dirección, una nueva perspectiva, nuevas expectativas y compromisos.
En el AT hay dos palabras (verbos) aociadas a este
término: shuv y naham. Shuv se puede traducir como «girar», «volver»,
«cambiar». A veces significa un cambio completo de corazón. Por ejemplo, en 1
Reyes 8:46-53, shuv se usa para denotar un cambio del corazón y confesión de
iniquidad (2 Cr 6:37; Sal 7:12; Is 1:27; Jr 5:3; Ez 14:6; 18:30). Naham tiene
varios significados: «suspirar, lamentarse, compadecerse, consolar o
lamentarse, vengar, consolar, arrepentirse». Es el verbo que se usa cuando Dios
se «duele» o «arrepiente» de Su decisión de crear al ser humano sobre la tierra
(Gn 6:6) y también es el verbo que se usa cuando se dice que Dios no se
arrepiente (Nm 23:19) o cambia de propósito (1 S 15:29).
En el NT, el sustantivo «arrepentimiento» proviene de
la palabra griega «metanoia» y significan un cambio de mentalidad, es decir un
alejamiento del pecado completo y total por parte de la persona. La fe, por
otro lado, sería el resultado al volver a Cristo, reconociendo Su señorío.
Tradicionalmente, los cristianos hablan de que el arrepentimiento y la fe
juntos constituyen la conversión.
La Biblia también nos dice que el verdadero
arrepentimiento producirá un cambio de acciones (Lc.3:8-14; Hec.3:19). Al concluir
su ministerio, Pablo declara: "anuncié...que se arrepintiesen y se
convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento"
(Hec.26:20). Entonces la definición bíblica completa de arrepentimiento es un
cambio de mentalidad que se traduce en un cambio de acción.
El verdadero arrepentimiento abarca el intelecto, las emociones y la
voluntad, en las que Dios llega a tener la absoluta supremacía.
1. Un cambio en la forma de pensar
El arrepentimiento implica un cambio radical en el
modo de entender la gravedad que el pecado tiene como una afrenta contra el Dios
santo y que por lo tanto merece la ira y el castigo divinos. Supone también el
reconocimiento de nuestra propia responsabilidad y la aceptación de nuestro
estado de completa bancarrota espiritual ante Dios. Todo esto nos debe llevar a
clamar como el publicano de la parábola que contó el Señor Jesucristo: (Lc
18:13) "Dios, sé propicio a mí, pecador."
El arrepentimiento que lleva a la salvación debe
incluir también un cambio de pensamiento respecto a quién es Jesús y el lugar
que debe ocupar en nuestra vida. Básicamente podemos resumirlo diciendo que él
es el "Señor" y que tiene todo el derecho a gobernar nuestras vidas.
Esto supone un cambio radical con nuestra actitud rebelde anterior, cuando
pensábamos que nosotros teníamos la última palabra en lo que decidíamos y
hacíamos. El verdadero arrepentimiento nos debe llevar a un reconocimiento del
Señorío de Cristo, tal como Pablo explicó en Ro.10:8-9 "Esta es la palabra
de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."
2. Un cambio en la manera de sentir
Desde el punto de vista emocional, el auténtico
arrepentimiento va acompañado de un sentimiento de pesar y tristeza al
descubrir la suciedad y gravedad del pecado. En el Antiguo Testamento era
frecuente que la persona arrepentida vistiera cilicio y se cubriera de cenizas
como símbolos de luto y dolor (Job 42:6)
En nuestros días es triste ver cómo el hombre moderno
ya casi no siente vergüenza por casi nada. No es difícil escuchar a personas
que después de tener una vida llena de fracasos personales, sin embargo afirman
con orgullo que ellos no se arrepienten de nada. Pero esta reafirmación en el
pecado sólo les puede conducir a nuevos fracasos.
En cualquier caso, es cierto también que se puede
llegar a estar avergonzados por algún pecado concreto y sin embargo no llegar a
la salvación. Por ejemplo, el joven rico que se acercó a Jesús se fue afligido
y triste por lo que el Señor le dijo (Mr 10:22), pero no cambió de actitud.
Judas, después de entregar a Jesús, sintió un fuerte remordimiento por lo que
había hecho, aunque seguramente, lo que más lamentó es que las cosas no habían
salido como él había planeado (Mt 27:3).
Es difícil imaginar un verdadero arrepentimiento que
no incluya cierto elemento de vergüenza, pero hay que aclarar que eso no
garantiza que sea genuino. A veces, esa vergüenza es motivada simplemente por
el temor a quedar en ridículo cuando otros se enteren de alguno de nuestros
fracasos o pecados, pero no porque sintamos la gravedad de nuestras ofensas
ante Dios. En esos casos, pasado un tiempo, la vida continuará sin grandes
cambios.
3. Un cambio en la manera de vivir
En tercer lugar, el arrepentimiento incluye también un
cambio en la voluntad de la persona. Hay una firme determinación de abandonar
la vieja forma de vida para cambiarla por una nueva, radicalmente distinta.
Implica el abandono de la desobediencia obstinada a Dios para rendir nuestra
voluntad a Cristo. Es un llamamiento a deponer las armas, a dejar de luchar
contra Dios y a rendirnos a su voluntad.
Un ejemplo bíblico: la parábola del hijo pródigo (Lc
15:11-24). El Señor comenzó su relato presentándonos a un hijo rebelde que no
quería sujetarse al orden familiar establecido por el padre. Éste decidió irse,
pero no sin antes recibir la parte de la herencia que le correspondía. Esto era
sin duda una tremenda ofensa contra su padre. Lo lógico habría sido que el hijo
recibiera su herencia una vez que el padre hubiera muerto, pero para ese joven,
era tal el desprecio que sentía por su progenitor que era como si ya estuviera
muerto, así que no dudó en exigir su parte de la herencia cuando el padre
todavía estaba vivo. Todo esto nos recuerda la actitud de Adán y Eva en el
huerto del Edén cuando también decidieron abandonar a Dios y ocupar su propio
lugar.
Una vez que el hijo recibió su herencia la gastó
desenfrenadamente en todo tipo de vicios y pecados, llegando pronto a estar en
una situación lamentable. Mientras tuvo dinero no le faltaron los amigos, pero
cuando éste se terminó, no le quedó más remedio que irse a cuidar cerdos. Tan
triste era su situación que llegó a tener envidia porque los cerdos comían
mejor que él.
Y estando en esa situación dio el primer paso en el
camino del arrepentimiento. Empezó a reflexionar sobre su estado:
"volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen
abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre" (Lc 15:17). Y entonces es
cuando por primera vez estuvo dispuesto a reconocer su pecado. Empezó a pensar
en volver a su padre y pedirle perdón. Esto era lo que planeaba decirle:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo" (Lc 15:18-19). Notemos que había llegado a entender
perfectamente que el pecado no había sido únicamente contra su padre, sino que
en primer lugar había sido cometido "contra el cielo", lo que para un
judío equivalía a decir "contra Dios".
Aunque en la parábola no se explica cómo el hijo llegó
a experimentar este cambio en su forma de pensar que le llevó a tener tal
convicción de pecado, sabemos por otras partes de las Escrituras que esto viene
normalmente por el conocimiento de la ley (Ro 3:20).
Seguidamente el joven empezó a sentir vergüenza y
dolor por su pecado, por eso, cuando se acercó al padre, rápidamente le dijo
que no se sentía "digno de ser llamado su hijo" (Lc 15:21). Por
supuesto, no regresó alegremente como si nada hubiera ocurrido, sino que lo
hizo con una genuina actitud de humillación.
Luego de volverse de su vida pecaminosa a la casa del
padre, donde sabía que su forma de conducta tendría que ser radicalmente diferente
a la que había llevado mientras estaba fuera. Ya no podría vivir sin normas,
haciendo lo que le diera la gana, sino en sujeción a su padre.
En el momento en que el hijo expresó su arrepentimiento, inmediatamente
fue aceptado nuevamente en la familia del padre. Pero no sólo eso, su
recibimiento fue con gran gozo y estuvo lleno de bendiciones que de ninguna
manera él habría podido imaginar. Fue entonces cuando llegó para el hijo
pródigo el anillo, el vestido nuevo, el beso, el gozo y la fiesta (Lc
15:22-24).
Como ya sabemos, el padre representa a Dios, y toda la
parábola sirve cómo una hermosa ilustración de lo que significa el evangelio,
las buenas noticias de Dios. El hijo no merecía nada, sino el castigo más
severo por su ofensa. Recordemos que la ley de Moisés establecía la pena de
muerte para casos como este (Dt 21:18-21). Los oyentes de Jesús sabían esto,
así que tuvo que impresionarles mucho la forma en la que el Señor terminó su
relato. Pero esto es el evangelio: Dios no nos da el castigo que merecemos,
sino que nos abre las puertas de su Reino.
En resumen el arrepentimiento bíblico consiste en
cambiar de opinión sobre el pecado: el pecado ya no es algo con lo que se
juega, sino algo a lo que hay que renunciar para "huir de la ira
venidera" (Mt.3:7). También es cambiar de opinión sobre Jesucristo: ya no
es un objeto de burla, desprecio o ignorancia; es el Salvador al que hay que aferrarse;
es el Señor al que hay que adorar y venerar.
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