Devocional 01 sep – Thomas Watson
Nadie las arrebata de su mano
Juan 10:28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Nuestro Padre celestial nunca nos desheredará. Puede
que aparte por un tiempo a sus hijos, pero no los deshereda. Esto es algo
evidente en virtud del decreto eterno del cielo. El decreto de Dios es la base
sobre la que depende la perseverancia de los santos, y ni el pecado, ni la
muerte, ni el infierno pueden quebrantarlo. Todos los predestinados serán
glorificados.
Además de su decreto, Él se ha comprometido por medio
de una promesa de que todos los herederos del cielo nunca serán desheredados.
Sus promesas son como actas selladas, y no pueden revertirse. Son el carruaje
real de los santos.
La fidelidad de Dios, está comprometida en esta
promesa por la perseverancia de sus hijos. Un hijo de Dios no puede caer
mientras lo sostienen los dos brazos del Señor: su amor y su fidelidad.
Jesucristo se encarga de que todos los hijos de Dios por adopción sean
preservados en el estado de gracia hasta que hereden la gloria. Continúa dando
gracia a las almas de los escogidos por la influencia y cooperación del
Espíritu.
El Espíritu Santo hace efectivo todo lo que Cristo ha
obtenido por los santos. Cristo también lleva a cabo la obra de intercesión (Heb.7:25).
Ora para que cada santo pueda ser sustentado en gracia.
¿Pueden perecer acaso los hijos de tales oraciones? Si
los herederos del cielo fueran desheredados y no alcanzasen la gloria de Dios,
entonces el decreto de Dios se vería revocado, su promesa rota, y la oración de
Cristo frustrada, lo cual sería una blasfemia solo el imaginar.
No es solo esto, sino que los hijos de Dios están
unidos con el cuerpo de Cristo. Así como es imposible separar la levadura de la
masa cuando están mezcladas, es imposible que Cristo y los creyentes puedan
separarse. ¿Acaso es posible que alguna parte de Cristo perezca? El perder una
parte supone perder la gloria también. Por todo esto, es evidente que los hijos
de Dios deben perseverar en gracia.
Thomas Watson
Amén. Dios guarda sus escogidos...
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