Devocional 03 may – Thomas Case
El pecado es malo
Romanos 6:23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
El pecado es siempre muy pecaminoso,
pero en la prosperidad, no somos tan conscientes de ello. El mundo llena
nuestros ojos y evita que lo veamos con claridad. Dios con frecuencia utiliza
la aflicción para enseñar a sus hijos el gran mal que hay en el pecado. Muestra
el pecado como un mal en sí mismo. No solo es algo que traiga el mal, sino que
es malo. No es solo algo que produzca amargura, es amargura. Tiene tanto una
raíz amarga, como un fruto amargo.
Dios lleva al pecador, por medio de
la aflicción, a que se de cuenta, no solo de lo que el pecado produce, sino lo
que el pecado es. Es un mal puro, sin mezcla. Todo el ser del pecado es maldad.
El diablo es su autor, la muerte es su consumación. No solo es que sea el mal
en sí mismo, sino que es un mal contra Dios. Se aparta de Dios y se vuelve al
mundo. Jeremías 2:13 «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí,
fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no
retienen agua».
Además, el pecado es un mal
retorcido y que se multiplica. Es apartarse de la fuente de la vida y la
gloria, y volverse a una vasija rota que pierde agua tan rápido como se derrama
dentro de ella. Es muy pecaminoso porque es un mal contra Dios. Dios sostuvo a
Israel con brazos eternos. Los guio y proveyó, pero, sin causa alguna,
abandonaron al Señor. No les faltaba nada, pero se apartaron voluntariamente.
La aflicción es uno de los tribunales de Dios al cual se trae al pecador, luego se le convence de pecado y se le condena. Ciertamente, en la aflicción, el pecado se abre a los ojos del hombre de tal forma, que se ve forzado a declararse culpable. Dios se sienta como juez, la conciencia es el testigo, el pecado es la acusación, y la aflicción es tanto la evidencia como la ejecución.
Más tarde o más temprano el alma ve que el pecado es un mal mayor que la aflicción, y, olvidando su aflicción, comienza a lamentarse solamente por el pecado. En ese momento pesa más en el corazón que todos sus sufrimientos, y clama como Job clamó en el polvo «Si he pecado ¿Qué puedo hacer?» (Job 7:20).
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