Devocional 06 feb. – Octavius Winslow

El testimonio del Espíritu

Romanos 8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

Estas palabras implican tres cosas importantes. En primer lugar, el testigo, luego a quién da Él testimonio, y, finalmente, la gran verdad de la que Él da testimonio.

En primer lugar, «El Espíritu mismo da testimonio». El gran oficio de dar a conocer a un pobre pecador su exculpación en el alto tribunal del cielo, y su adopción en la familia del Rey, se confía nada menos que al Espíritu. No se le da la comisión a un ángel para que lleve las nuevas, ni tampoco puede desvelar el secreto ningún hombre mortal. Que ningún otro testigo de tu «llamado y elección» te satisfaga sino este. Solamente Él puede dar a conocer el secreto del Señor a aquellos que le temen. Cualquier otro testimonio de tu filiación es incierto, y puede engañarte terrible y fatalmente.

La segunda cosa que se observa en la declaración es aquello a lo que da el testimonio: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu». Es un testimonio personal, que no se da a otros, sino a nosotros mismos, «a nuestro espíritu». La adopción del creyente a la familia de Dios es un privilegio tan grande, que involucra bendiciones tan inmensas a seres tan pecadores e indignos en todos los aspectos que, si su Padre celestial no les asegurase por su propio testimonio inmediato de su verdad, ningún otro testimonio sería suficiente para eliminar sus dudas y calmar sus temores, dándole satisfacción en lo que respecta a su condición de hijos reales… Aquel que dice que tiene este testimonio, pero aun sigue «muerto en sus pecados», que es extraño a la fe en el Señor Jesús y a las renovaciones del Espíritu Santo, aquel que, en una palabra, no es nacido de Dios, se está rodeando él mismo de un terrible engaño.

El último particular es la gran verdad a la que da testimonio «de que somos hijos de Dios». Se habla enfáticamente del Espíritu como Espíritu de adopción. «porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud, para estar otra vez en el temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cuál clamamos: Abba, Padre»… Ahora bien, es el oficio peculiar del Espíritu dar testimonio a la adopción del creyente. Mira el bendito hecho del que testifica, no que somos enemigos, extranjeros, extraños, esclavos, sino que somos «hijos de Dios».

Octavius Winslow

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