Devocional 06 nov. – J. R. Miller

¡He aquí el hombre!

Juan 19:5 Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!

Era la última apelación de Pilato. Tenía la esperanza de que el espectáculo de Jesús llevando la corona de espinos y el manto púrpura conmoviera al pueblo a la piedad, la esperanza de que clamaran porque fuera liberado. Pero fue en vano.

Mientras el Santo sufriente está ante nosotros, podemos pensar en Él como apareció en aquel momento. «¡He aquí el hombre!». Recordemos su vida. Había sido hermosa en su ausencia de pecado y en sus revelaciones de Dios. En su juicio sus enemigos buscaron encontrar alguna falta en Él, pero no pudieron hallar nada. Pilato había dicho: «os lo traigo para que sepáis que no encuentro falta en Él». Se podían haber reunido testigos de todo el país para testificar de su bondad, su consideración, su misericordia y su amor, pero no se pudo encontrar ninguno para testificar de algún mal que hubiese hecho, de ninguna injusticia o injuria. Él había sido el amigo de los pobres, el consolador de las tristezas, el ayudador de los débiles.

Mientras está ante nosotros, aparece como el varón de dolores. Su espalda rota por el cruel látigo. Una corona de espinos alrededor de su cabeza, como si fuera un rey. Y verdaderamente era rey, y nunca fue más regio que en aquella hora.

Fue regio en su comportamiento. No hizo alegato por su propia defensa. Se mantuvo silencioso a todos los insultos, y, cuando habló, fue con serena compostura. Nunca fue más regio.

También fue regio en su amor. Ni siquiera había existido una sombra de amargura en su corazón bajo todas las crueldades y sufrimientos que había soportado. Había venido a mostrar a este mundo el amor de Dios, y su gentileza no falló ni una sola vez en estas horas terribles. Puso en marcha mareas de amor en la vida de este mundo, que han estado fluyendo por todas las tierras, cambiando lentamente la crueldad en bondad, la amargura en dulzura, y haciendo nuevas todas las cosas.

También fue regio en su sufrimiento. Suya fue la corona de dolores, porque él fue el Redentor de los pecadores. Los espinos eran fruto del pecado, y llevó su maldición sobre nosotros para que recibamos una corona de vida. Fue sujeto al oprobio a ojos del mundo para que nosotros podamos recibir la bienvenida a la gloria. Nunca fue más regio que en aquel terrible pero glorioso día.

J.R. Miller.

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