Hebreos 3:7–19 - El peligro de la incredulidad
El peligro de la incredulidad
Heb
3:12 Mirad, hermanos, que no haya en
ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;
El
autor de Hebreos había estado esforzándose en demostrar la supremacía de Jesús, y
ahora cambia del argumento a la exhortación. Ahora insiste en las inevitables
consecuencias de esa absoluta supremacía. Si Jesús es tan exclusivamente
grande, está claro que se Le debe una completa confianza y una obediencia
total. Si endurecemos nuestro corazón y nos negamos a darle la obediente
confianza que Le debemos dar, entonces las consecuencias serán terribles.
En
los vv. 7–11, el autor toma referencia del Salmo 95 para respaldar su
insistente necesidad de “retener la confianza”. Este Salmo describe la
desobediencia de la generación del éxodo. Inicia esta exposición mencionando al
Espíritu Santo (v. 7) o Dios (1:5) hablando a esa
generación. Dios habló a los que primero
oyeron el mensaje, pero también a cada generación del pueblo de Dios.
Del
Salmo 95 cita su segunda parte, donde advierte que el que adora a Dios tiene
que obedecerlo. El corazón duro, que no se somete a la voluntad de Dios, ofrece una falsa adoración. La generación del éxodo salió de Egipto como
pueblo de Dios, pero no llegó a la tierra prometida, la meta final del reposo
de Dios, porque le exigía pruebas de fidelidad, en lugar de dar pruebas
de su fidelidad a Él.
En
el v. 8, provocación y prueba son las traducciones que aparecen en la
Septuaginta por los nombres hebreos Meriba y Masá. El Salmo toma estos nombres
de Ex.17:7, donde Moisés los da a Refidim por la rebelión de Israel y su
tentación de Dios en aquel lugar. Israel se amargó por las pruebas que
enfrentaba en vez de crecer en confianza. Por tanto, se rebeló contra Dios. El
salmista advertía al pueblo en su tiempo, que estaba en peligro de endurecerse
o rebelarse de esa misma forma. También el autor de Hebreos aplica esa
advertencia a sus lectores.
Los
cristianos del tiempo de Hebreos, igual que la generación del éxodo, habían
“visto las obras de Dios” durante 40 años (v. 9). La guerra entre
los judíos y los romanos, que culminó con la destrucción de Jerusalén (70 d.C),
pondría fin a la etapa de Israel en el plan de Dios y cambiaría radicalmente la
relación entre los judíos cristianos y sus hermanos carnales. En tiempos de
cambio es más difícil mantener firme la fe en Dios.
En
el v. 10, dice lit. “esta generación”. Los hebreos del éxodo habían visto las
obras de Dios sin “conocer sus caminos”. El autor apela a los “hebreos” que leerían
su carta, para que ellos aprendieran por sus experiencias del poder de Dios.
En
el v. 11 el salmista vincula otra experiencia del éxodo con la de Meriba. Fue
en Cades-barnea, al regreso de los espías, que Dios juró que no entrarían en su
reposo (Núm. 14:21–23). En el contexto de Números y del Salmo 95 se refiere a
la Tierra Prometida, donde Israel descansaría de sus tribulaciones en Egipto y
de su viaje por el desierto. Pero después el reposo llegó a ser un símbolo, del premio final que Dios ofrecía a los que le
sirven.
De
la misma manera en que Dios descansó de su creación al séptimo día, gozando de
los frutos de su obra, él ofrece a sus siervos el reposo eterno en armonía y en
comunión con Él. Para alcanzarlo tenemos que confiar, obedecer y perseverar.
En
los vv. 12–15 el autor empieza a aplicar el Salmo 95 a sus lectores. Algunos de
ellos estaban en peligro de apartarse de Dios. Sentían la
tentación de dejar su profesión cristiana y regresar a la religión judía. Así evitarían las presiones y persecuciones de parte de sus vecinos no cristianos
y tal vez de sus familias. Estos estaban insistiendo en la superioridad del
judaísmo a la fe cristiana.
Hebreos
dice que este regreso mostraría su malo corazón (v. 12). La maldad consiste en
incredulidad. La fe, no es simplemente creer que Dios existe o que la Biblia es
verdad; sino que es una relación de acercamiento al Dios vivo. Dios vive y
sigue adelante; el que vuelve atrás se rebela contra la única fuente de vida y
está en el camino hacia la muerte y la condenación. La iglesia tiene la
responsabilidad de vigilar que no haya en ninguno de sus miembros la rebelión
que trae tales consecuencias.
El
cristiano enfrenta constantemente la tentación de volver atrás, o de acomodarse
a su situación actual en el camino cristiano y no proseguir (v. 13). El autor
advierte que este acomodo trae consigo el endurecerse por el engaño del pecado.
La fuerza para resistir viene de la exhortación de los unos a los otros cada
día. La exhortación no es solamente llamar la atención a uno que yerra; incluye
todo el compañerismo cristiano que refuerza a un hermano.
Es
grave ver tantas personas que se apartan de las iglesias, después de un tiempo de
participación activa. El pecado les engaña con promesas falsas de
contentamiento o de salidas fáciles a sus problemas, pero pronto se
endurecen y se hacen ciegos a su condición y sordos al llamamiento de Dios. Tenemos
que animarnos unos a otros cada día en nuestras iglesias.
Todos
sentimos a veces la tentación de dejar la disciplina o la responsabilidad y
regresar a una etapa anterior en la vida cristiana, menos exigente. Debemos
reconocer el peligro serio de volver atrás en el camino del Señor, y aprovechar
cada día de nuestra vida, para proseguir a la meta, ayudando a otros a hacer lo
mismo, hasta que venga el Señor
El
v. 14 expresa la confianza del cristiano y también su responsabilidad. Podemos
proseguir hacia la meta con confianza, porque hemos llegado a ser participantes
de Cristo, recibiendo vida y bendición de él. Hay que mantener la fe con que
empezamos, teniendo confianza en Dios hasta el final del camino. El falso cristiano
no termina bien porque en realidad nunca fué.
El
v. 15 enfatiza la urgencia de ser fiel y de estimular a los hermanos que
flaquean, mientras dura el tiempo de la gracia. Porque luego vendrá el día del
juicio; el hoy en que vivimos es una oportunidad para confiar en Dios y
obedecerle. No endurezcamos el corazón en rebelión contra él.
La
generación del éxodo es un ejemplo de un buen comienzo que no fue suficiente.
Los que se rebelaron contra Dios y no llegaron a la meta fueron precisamente
los que Dios había salvado de Egipto. Vieron sus milagros y disfrutaron de su
favor, pero por una actitud de rebelión terminaron mal. Su conducta posterior
no fue consecuente con su comienzo.
El
v. 16 hace una declaración: “Los que…le provocaron no fueron todos los que
salieron…” El sentido de esta traducción es que hubo excepciones (Josué y
Caleb) a la rebelión de Israel. Con una serie de preguntas el autor invita a
sus lectores a evaluar la conducta de Israel, y después sus propias conductas.
Los
israelitas habían oído la voz de Dios y habían visto sus obras poderosas en su
rescate de Egipto. Los que han experimentado tantas bendiciones deben ser los
últimos en rebelarse contra este Dios poderoso y misericordioso. Sin embargo,
la historia del éxodo nos muestra los actos de rebelión. Fueron tantos los pecados
del pueblo, que Dios los castigó muriendo en el desierto, como Dios lo había dicho
(Núm. 14:29-32). Fue precisamente porque no obedecieron que Dios juró que no
llegarían a entrar en su reposo. La raíz de la desobediencia es la
incredulidad: No confiar en las promesas y los consejos de Dios. El problema de
fondo fue su falta de fe.
Los
vv. 16-19 muestran la relación estrecha entre la incredulidad, la
desobediencia, el pecado y el castigo. La obediencia no es un segundo requisito
para acercarse a Dios, después de la fe, sino el resultado de la fe. El pecado
no es faltar a ciertas reglas, sino desobedecer a Dios. Es rechazar la relación
con él. El castigo no es una imposición de Dios, sino el resultado natural de
la desobediencia que rechaza su bondad. La generación del éxodo no entró en la
Tierra Prometida porque se negó a entrar.
Hoy,
el que no confía en Dios no puede entrar en el reposo que Dios ofrece, porque
la paz del reposo resulta solamente de la confianza en Dios. El que no
encuentra su paz en Dios está condenado a la perturbación. El autor concluye afirmando
que no pudieron entrar en el reposo debido a su incredulidad. No fueron
personas que creyeron pero perdieron su salvación por desobediencia, sino
personas cuyas acciones mostraron que nunca tuvieron la fe. Por su falta de fe
nunca encontraron la paz y el reposo que Dios ofrece a los que confían en él.
La
lección de esta porción bíblica es que las experiencias de los milagros de Dios,
no son garantía de una relación íntima con él. Uno puede ser un incrédulo en
medio del pueblo de Dios, y aun en medio de sus milagros. No debemos
envanecernos en base a los favores o milagros de Dios, y así relajar nuestro
esfuerzo para acercarnos a él. Más bien, sigamos ejerciendo la fe que Dios
pide, en todo momento de nuestra relación con él. No caigamos en el error de
los que participaron en el éxodo: Se pusieron a juzgar a Dios y a exigirle más
milagros, en lugar de confiar en que él siempre provee lo mejor y obedecerle
hasta el fin.
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