Hebreos 3.1-6 - Más grande que el mayor

Más grande que el mayor

Heb 3:3  Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo.

Los judíos del primer siglo honraban a los ángeles como mediadores que trajeron la ley de Dios a los hombres. El agente humano de esta ley era Moisés. Es posible que los hebreos  esperaban el regreso de Moisés como parte del fin que Dios pondría al mundo. Empezó demostrando que Jesús es superior a los profetas; luego siguió demostrando que Jesús es superior a los ángeles, y ahora se proponía demostrar que Jesús es superior a Moisés.

La base de su pensamiento es que la suprema revelación de Dios ha venido por medio de Jesucristo, y que solo por medio de Él tenemos acceso directo a la presencia de Dios. El autor apela a los hebreos como parte de la familia de Dios; apartados del mundo para el servicio del Señor. Estos que fueron llamados con llamamiento celestial, el que viene del cielo, que ofrece las bendiciones del cielo y que nos invita a subir al cielo.

Por su identificación con nuestra condición humana y por la expiación que ha hecho por nuestros pecados, Jesús merece toda nuestra atención. Él es el apóstol o enviado que Dios mandó para traernos su revelación final y completa. También es el sumo sacerdote que nos representa ante Dios. Como nuestro representante, ofrece la obediencia perfecta que la revelación de Dios demanda del hombre, y nos santifica con el sacrificio de sí mismo para que entremos en la presencia de Dios.

En el v. 2 empieza la comparación entre Jesús y Moisés. En Números 12:7 Dios describe a Moisés como fiel en toda mi casa. Hebreos afirma que Jesús también fue fiel a Dios, quien lo había nombrado para su obra a favor de la casa de Dios.

Si bien Jesús no es inferior a Moisés en fidelidad, es superior a él en dignidad. Moisés es un miembro de la casa de Dios, pero Jesús es la cabeza (v. 3). Al hablar de Jesús el Mesías como constructor de la casa de Dios, el autor se refería a 1 Crón. 17:11 y Zac. 6:12.  

El v. 4 explica cómo Jesús puede ser el amo de la casa de Dios. Jesús como constructor sigue los planes de Dios, de manera que la casa, como toda la creación, es de Dios, y a la vez es la casa del constructor que la ha construido según el plan de Dios.

En los vv. 5-6 el autor resume la superioridad de Jesús sobre Moisés por medio de tres contrastes: Moisés fue fiel como siervo, pero Cristo…como Hijo. Ser siervo de Dios es un papel de gran dignidad, pero la dignidad de Hijo es aún mayor. También Moisés sirvió en…la casa de Dios, mientras Cristo está sobre su casa. Y por último la ley que Dios dio a Moisés no fue la revelación final de Dios, sino la sombra de los bienes venideros (10:1). La realidad viene en Cristo. Lo que se había de decir fue dicho en Cristo (1:2).

Los judíos del siglo I decían “se hizo” para expresar la idea de que “Dios lo hizo”. Así que el ministerio y la fidelidad de Moisés fue un testimonio que apuntaba a la revelación final que Dios iba a decir en la vida, enseñanza y muerte de Jesucristo. Abandonar a Cristo para volver a la ley de Moisés sería dejar lo superior por lo inferior, la realidad por la sombra. La verdadera casa de Dios no es Israel, afirma Hebreos, sino la iglesia.

 

Cristo nos ha dado la confianza de entrar con denuedo en la presencia de Dios, y una esperanza celestial que engendra una gloria sana. Pero la confianza y la esperanza no son actitudes pasivas. El cristiano no debe quedarse apático porque piensa que la salvación es segura y que por tanto no hay necesidad de atenderla. Nuestra confianza es más bien activa; el cristiano genuino confía activa y continuamente en la salvación, y muestra su fe en fiel obediencia.

Hebreos no está diciendo que la salvación dependa del esfuerzo del cristiano. Más bien, advierte que si la calidad de la vida de uno contradice su fe, debe examinarse para ver si su fe es genuina. Hebreos, como el resto del NT, afirma la seguridad de la salvación para los que creen (6:9-10; 7:25; 10:39), pero también enfatiza la doctrina complementaria de la necesidad de perseverar en la fe.

Como cristianos, debemos mantener en tensión la confianza en la seguridad de nuestra salvación y la advertencia de que tenemos que perseverar (v. 6). La perseverancia no es una condición para recibir la gracia de Dios, sino un resultado. Es un elemento de la fe que Dios da, y el que no persevera debe examinar la fe que profesa haber recibido de Dios. Debemos evitar dos peligros: El no tomar en serio la obligación de responder activamente a la gracia en fe y en obediencia, y el depender de nosotros mismos para la salvación.

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