Devocional 01 jul – Alistair Begg

Unanimidad

Romanos 12:16 Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

El llamamiento de Pablo a la unidad no significa uniformidad. No significa que todos nos vistamos igual, actuemos igual, votemos igual y hablemos igual. De hecho, la iglesia de Roma era un grupo variado de personas, con diferentes trasfondos y dones. Pablo insistió en que estas diferencias no debían convertirse en una fuente de división o de vergüenza.

Pablo quería que los miembros de la iglesia de roma tuvieran «el mismo sentir» De la misma manera, apeló a los corintios, «que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1:10).

El Evangelio no borra nuestras distinciones ni nuestros desacuerdos. De hecho, la unidad que el pueblo de Dios comparte en las cosas principales, como son el evangelio de Cristo y la verdad de su palabra, nos permite reconocer nuestras distinciones y desacuerdos en asuntos secundarios. La unidad de los cristianos no reside, en última instancia, en nuestra política, nuestra condición social o en el color que pensamos que debe tener la alfombra, sino en aquel que sabemos que es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).

Lamentablemente, las iglesias pueden distraerse con sus desacuerdos, y los cristianos hacer demasiado énfasis en sus preocupaciones y preferencias personales. Algunos de nosotros hacemos que cada asunto sirva para dividir, convirtiéndonos en legalistas, siendo tan minuciosos que no estamos felices hasta quedarnos solos en una iglesia personal. A otros nos resulta difícil mantenernos firmes y sin concesiones en ningún asunto, convirtiéndonos en liberales teológicos y permitiendo que las verdades centrales del Evangelio se vuelvan negociables.

La unanimidad por la que Pablo nos llama a luchar es la armonía evangélica. Tenemos que conocernos lo suficiente como para discernir si somos propensos a ser legalistas o liberales. Necesitamos pedir a Dios que nos conceda claridad de mente y caridad de corazón hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Luego necesitamos pararnos a examinar nuestros corazones para ver si hay alguien con quien no estamos de acuerdo y tomar medidas para promover, y no corroer, la unanimidad evangélica por la que Cristo murió.

Alistair Begg

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