Devocional 09 mayo

Para tus propias heridas

Isaías 57:17-18  Por la iniquidad de su codicia me enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el camino de su corazón. He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus enlutados;

¡Bendito Señor! ¿Quién puede sanar el espíritu herido, quién puede vendar el corazón roto sino Tu?

Mi herida está demasiado fresca, mi llaga es demasiado sensible para que la toque cualquier mano, excepto la tuya. Señor, tus heridas son mi curación, tu sangre es mi bálsamo, el dolor de tu alma es el gozo de mi corazón. Guárdame de una curación que sea falsa. Que tu sangre sea el único bálsamo de mi herida conciencia; que tu amor sea el único solaz de mi atribulado espíritu.

Pero quizás tú herida te la has hecho tú mismo, y la conciencia de ello es la que te mantiene alejado de Cristo. ¡Es tu propia mano la que te ha herido! Te has apartado tristemente de Dios, has pecado voluntariamente contra tu convicción de pecado, contra tu propia conciencia, contra tanto amor divino que has experimentado, contra tanta misericordia que has recibido en el pacto, contra tantas ricas bendiciones que te han dado, tantísimos pecados perdonados, tropiezos sanados y veces que te marchaste y fuiste restaurado.

Aunque sea así, el lenguaje de Dios sigue siendo: «Y dije después de que hubo hecho todas estas cosas, vuélvete a mi. Yo sanaré tu rebelión, te amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ti». Lleva por tanto esas heridas a Jesús, esas heridas que te hizo tu propia mano o la de otro, y con el bálsamo que fluye de su propio corazón traspasado, Él te sanará. «Te perdiste, oh Israel, más en mí está tu ayuda».

Oh, recuerda que no puede haber herida demasiado profunda o desesperada para el toque amoroso y sanador de Cristo.

Octavius Winslow

Comentarios

Entradas populares