Zacarías 14
La batalla final
Zac 14:2 Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, más el resto del pueblo no será cortado de la ciudad.
El
último capítulo de Zacarías es uno de los más bellos de este libro; contiene
una serie de mensajes llenos de esperanza para un pueblo casi destruido, sin
ambiciones, ni un futuro promisorio. Es un gran final para un gran libro.
El "Día de Jehová" es un término referido a la ira de Dios que se desata en contra de los pecadores (v. 1). Aquí el profeta Zacarías anticipa la llegada del Día del Señor, cuando su ira será desatada en contra de los pecadores del mundo entero, lo cual traerá como resultado el establecimiento del reino milenario del Señor en la tierra.
En el v. 2 se menciona que Jerusalén quedará tan derrotada por el enemigo, que los despojos serán repartidos a la vista de todos, como una demostración de su derrota. Dios mismo reunirá a las naciones y las utilizará para purgar, refinar y juzgar. La presencia de estas naciones resultará en un tiempo de calamidad nacional sin precedentes. Esta atrocidad provocará la ira de Dios en contra del mundo, el Día de Jehová.
Jehová
no guardará silencio ante esta embestida contra su pueblo. Jehová saldrá y
combatirá Él mismo contra los pueblos que injustamente, y en forma cruel, se
han de levantar contra el pueblo del Señor (v. 3).
Para
impedir la eliminación de su pueblo, el Señor intervendrá de forma personal
para luchar en contra de las naciones reunidas. Así como peleó por su pueblo en
el pasado, lo hará en el futuro como Rey y Guerrero (v. 4). El regreso literal
de Jesús tendrá lugar en el Monte de los Olivos, ubicado al este del valle de
Cedrón, tal como sucedió cuando los ángeles anunciaron su ascensión (Hch.1:11).
Tan pronto Él regrese, tendrá lugar un gran terremoto, lo cual será una manifestación
del anuncio de que Dios ha llegado para juzgar (Miq.1:2-4; Nah.1:5; Apo.16:18-21).
El
término “Azal“(v. 5), será un lugar al este
de Jerusalén, que se formará cuando el monte de los olivos se parta en dos por
el terremoto, y marcará el extremo oriental del valle recién creado. Puede
tratarse del valle de Josafat o valle de la decisión (Joe.3:12-14), el cual ha
sido designado por Dios para el juicio de las naciones y para el escape de la
mitad de los que no fueron capturados.
Mientras
que estos judíos huyen por el valle recién creado, las luces del mundo se
apagarán (Is.3:9-10; Is.24:23; Joe.2:10; Joe.3:14-16; Mt.24:29-30; Apo.6:12-14)
y serán reemplazadas por la luz de la gloria de Cristo (vv. 6-7). Solo el Señor
conoce la plenitud de los detalles relacionados con su plan para aquel día, el
día en el que las lumbreras se apagarán y volverán a encenderse en el nuevo reino
milenario (Is.30:26; Mal.4:2).
El
punto más alto del monte en el que estará ubicado el templo en Jerusalén, será
a más de 91 m por debajo del Monte de los Olivos, pero los cambios topográficos
descritos en los vv.4 y 10 permitirán que el manantial fluya hacia el Mar
Muerto al este, y al Mar Mediterráneo al oeste. No se secará en verano como le sucede a la mayoría de las corrientes en Palestina, sino que correrá todo el
año y en consecuencia el desierto "florecerá como la rosa" (Is.35:1).
Solo
habrá una religión en el mundo entero durante el reino milenario de Cristo,
quien gobernará con vara de hierro (Apo.19:15) se eliminaran todas las
religiones falsas engendradas por Satanás (v. 9). Este será el cumplimiento
definitivo de: El pacto de Dios con Abraham, el cual garantiza un pueblo
judío, la nación de Israel y la tierra dada a Abraham; el pacto de Dios con
David que prometió un rey de la tribu de Judá y el linaje de David, y el nuevo
pacto que extendió la esperanza de redención espiritual, tanto a judíos como a
gentiles. Todo esto se cumplirá por medio del Señor Jesucristo.
Los
vv. 10-12 nuevamente enfocan la atención en la ciudad de Jerusalén. Si hay algo
que caracterizaba al profeta era su énfasis sobre Jerusalén. La primera promesa sobre
Jerusalén era que será habitada con seguridad y nunca más será destruida. La
nueva Jerusalén será tan grande desde Geba, en la tierra de Benjamín, a 10 km
al norte de Jerusalén, hasta Rimón ubicada a 56 km al sudoeste de la ciudad. Es
sin duda una clara referencia a la nueva Jerusalén del Apocalipsis. Quizás la
destrucción más cruel que ha conocido el monte de Sion sea la que se registró
en el 70d.C. por los romanos bajo el mando de Tito.
La
condenación que sufrirán los enemigos de Jerusalén, que son enemigos de Dios
mismo, será de una plaga mortal que los consumirá aun estando ellos vivos (v.
12). Esto nos trae a la memoria los virus y plagas de este último tiempo, que están
consumiendo a un gran número de personas; muchas de éstas plagas, son producto de
prácticas contrarias a las normas divinas, y que consumen, sin que la medicina
actualmente pueda hacer algo por ellos.
El
profeta reitera por última vez el juicio que antecede al reino (vv. 12-15).
Dios vencerá a las fuerzas paganas que se reunirán en contra de Israel (vv. 1-3)
con una plaga sobrenatural que se asemeja a su juicio en contra del ejército
asirio (Is. 37:36), y causará un pánico tan grande que ellos comenzarán a
atacarse unos a otros (v. 13). Esto permitirá también el escape de la mitad de
las víctimas. Dios capacitará a su pueblo para combatir y después enviará una
plaga generalizada que se extenderá aun hasta los animales e impedirá su uso
para fines militares (v. 15). Dios malogrará todo esfuerzo militar al ser destruidos totalmente por medio del Mesías.
Los
vv. 16-19 revelan como algunos gentiles entrarán con vida al reino milenario al
lado de los judíos redimidos. Un remanente convertido que sale de esas naciones
paganas, hará peregrinajes anuales a Jerusalén para adorar al Señor y celebrar
la fiesta de los tabernáculos durante el milenio (v. 16). Esta fiesta recuerda "el tabernáculo" que hizo Dios en Israel durante su estadía en el
desierto, marcaba la recolección de las últimas cosechas al
final del año y suministraba un tiempo de regocijo. En el milenio servirá para
celebrar la presencia del Mesías entre su pueblo y la restauración gozosa de
Israel que incluye también la unidad de las naciones.
Aquellos
que se nieguen a ir experimentarán sequías y plagas (vv. 17-18), y lo trágico
es que a medida que pasan los años del milenio, muchas personas de todo el
mundo rechazarán a Cristo como Salvador y Rey, a fin de unirse en una guerra
final contra Él, solo para ser destruidos y lanzados para siempre al infierno.
Así
como la diadema del sumo sacerdote tenía grabadas las palabras "santidad a
Jehová" para demostrar que era un hombre apartado al servicio del Señor,
también cosas ordinarias como las campanillas que decoran los caballos y las
ollas y utensilios comunes serán tan santos como el sumo sacerdote y los
tazones del altar que se utilizaban en los sacrificios (vv. 20-21). No habrá
necesidad alguna de hacer distinciones entre lo sagrado y lo secular. Todas las
cosas estarán apartadas para el servicio al Señor en el reino glorioso del
Mesías.
El
gran final del mensaje será la coronación de Jehová como el único Dios de la
tierra. El nombre de Jehová será el único, no tanto como nombre, sino como el
reino basado en el monoteísmo universal. La escena será el reinado de Dios, donde
los pueblos, sin distinción de razas, se reunirán para tributar adoración al
único que merece toda honra y toda gloria. La adoración sincera no necesitará
de elementos físicos o materiales; cada adorador lo hará de corazón, en
espíritu y en verdad. Este mensaje final es impresionante porque eleva el culto
ritual a un culto de verdadera adoración, en donde el centro de atención es y
será el único y sublime Dios, Jehová de los Ejércitos.
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