Amós - 9
El juicio ineludible
Amó 9:1 Vi al Señor que estaba sobre el altar, y dijo: Derriba el capitel, y estremézcanse las puertas, y hazlos pedazos sobre la cabeza de todos; y al postrero de ellos mataré a espada; no habrá de ellos quien huya, ni quien escape.
Ninguno
puede escapar al juicio que se acercaba, porque Dios es omnipresente e
irresistible. Como reino, Israel perecerá como si nunca hubiera estado en pacto
con Dios: pero como individuos la casa de Jacob no perecerá totalmente; el
Señor tomaría de los más pequeños de los justos, su remanente para cumplir su
propósito. La restauración de los judíos
a su propia tierra sucederá, después del restablecimiento del tabernáculo caído
de David y la conversión de todos los
gentiles
La
quinta y última visión tiene una relación estrecha con la visión que comienza
con 7:7. En ambos se ve al Señor observando a su pueblo y descubre que
les falta sinceridad y honradez (vv. 1-4). Tomó la decisión de destruir la casa
de refugio para el pueblo de Dios. Probablemente el mandato era a las
huestes de ángeles; la orden era quitar la cabeza de las
columnas del templo de Betel para que cayese el techo sobre la gente dejándola
sepultada bajo los escombros. Sería exactamente como lo que pasó cuando Sansón
derribó el templo de los filisteos, con lo que causó su propia muerte y la de
muchos enemigos de Israel.
Probablemente
la gente se había congregado para celebrar una fiesta de la cosecha. Los
cultivos habían producido abundantemente. Tenían trigo, cebada, aceite de olivo
y vino para suplir sus necesidades por muchos meses. Entonces algo horrible les
pasó; Dios manda a sus ángeles a destruir el templo donde se estaban congregado.
Destruye el mismo altar donde habían colocado las primeras frutas de su cosecha.
Ni los cuernos del altar servían como lugar de protección. Dios iba a llegar a
Betel no para recibir sus ofrendas sino para aplicar el castigo que merecía su
pueblo.
Amós
describe el juicio como un terremoto como nunca han visto antes. No habrá
ningún sitio de refugio de este desastre; nadie puede escapar de la mano de
Dios. Amós había visto al Señor no “sentado sobre un trono alto y sublime”,
como lo vio Isaías veinte años más tarde, sino de pie sobre el altar en juicio sobre el
pueblo. En esta visión Amós comprendió que no había lugar en la tierra, los
cielos o el mar a donde uno pueda ir para escapar de la presencia de Dios. El
monte Carmelo asciende a unos 900 m sobre el nivel de mar y está lleno de
cuevas, más de 2.000 según los judíos. Pero aun allí el Señor los buscaría y
los tomaría.
Continua
con el v. 4: “Sobre ellos pondré mis ojos para mal y no para bien”. Normalmente
la frase que dice que Dios pone sus ojos sobre su pueblo es de gran consuelo.
No obstante, Dios es el Juez Supremo de todos. Ninguna acción nuestra escapa a
su atención. Pero nos ha abierto un camino para cambiar nuestras acciones
pecaminosas: solamente en Cristo el pecador encuentra “el camino, la verdad y
la vida”.
En
los vv. 5-6 termina el himno de exaltación al poder incomparable de Dios (4.13;
5.-8-9). Los tres terminan alabando el nombre de Jehová y afirmando su poder
cósmico como Creador de los cielos y sus huestes.
En
los vv. 7-10 se muestra el juicio divino sobre Israel. Ante los ojos de Dios
todas las naciones son iguales: Dios no hace acepción de personas ni de
pueblos. No obstante, hay una verdad aún más profunda: Dios sí se interesa en
las migraciones de los pueblos, pero no tiene con todos el mismo compromiso que
tiene con Israel. En lugar de jactarse sobre sus privilegios, Israel debía
reconocer que gozaba de enormes privilegios, esto conlleva mayores
responsabilidades, más que otros pueblos en asuntos morales y espirituales.
Israel
no fue elegido por sus méritos, sino por el amor de Dios. “No porque vosotros
seáis más numerosos que todos los pueblos Jehová os ha querido y os ha
escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos. Es
porque Jehová os ama y guarda el juramento que hizo a vuestros padres, que os
ha sacado de Egipto con mano poderosa y os ha rescatado de la casa de
esclavitud…” (Deu.7:7-8). El Pacto del Sinaí era una realidad muy seria para
Amós. Lo que denunció de manera enfática era la perversión de esta relación por
los hebreos, quienes habían convertido el Pacto en la base de auto
justificación y falsa seguridad.
Dios
no solamente cuida de los israelitas por ser su pueblo, sino también a otros
pueblos como los etíopes, los filisteos y los arameos. Es Dios de todos, pero
solamente con un pueblo hizo un Pacto entregándoles una misión universal. El v.
7 es una de las declaraciones más fuertes de la Biblia acerca de la soberanía
de Dios sobre todas las naciones. Aunque Dios había establecido una relación
especial con Israel, esta no lo limitaba en su cuidado y dirección del
desarrollo de otras naciones y eventos históricos de los pueblos mencionados,
como también de otros pueblos.
Los
vv. 8-10 son unos de los más fuertes del libro. Los ojos de Dios están sobre el
reino pecador y él ha tomado la determinación de borrarlo de la faz de la
tierra. Esto ocurrió al pie de la letra en el 722 a.C. cuando Samaria fue
destruida después de un largo sitiado de los asirios. El mito de las diez
tribus perdidas no es más que un mito. Los habitantes del norte fueron
asimilados entre otros pueblos conquistados por Asiria y desaparecieron de la
historia. Unas pocas familias lograron sobrevivir y han mantenido su apellido
hasta hoy, pero nada como nación.
Como
dice Amós, un remanente de esas familias lograria mantener su identidad, pero
la gran mayoría desaparecieron por medio de los matrimonios mixtos con las
personas de otras naciones conquistadas por Asiria y traídas a Samaria debilitando
el sentido nacionalista de los israelitas y evitando levantamientos contra su
régimen. La palabra “remanente” es de mucha importancia para los profetas;
Isaías, Jeremías y Ezequiel afirman el principio de que Dios iba a continuar su
obra salvadora por medio de un remanente de Israel.
En
los vv. 11-15 el profeta cambia a contemplar el futuro glorioso del pueblo de
Dios. A pesar de una catástrofe tan enorme, Amós sabía que Dios había traído a
su pueblo de la esclavitud de Egipto a la tierra de Canaán; también sabía de la
promesa de Dios a David (2 Sam 7). Dios prometió conservar la dinastía de David
para siempre. Para Amós su Señor era un Dios que siempre cumplía sus promesas.
Tal vez Isaías (Is. 55:8-9) no fue el primero que tuvo la revelación en cuanto
a que los pensamientos de Dios son más altos que los pensamientos del ser
humano, y sus caminos son más elevados que nuestros caminos.
El
v. 11 comienza con la frase “en aquel día”. Ese día podría llegar pronto o
tardar muchos años, pero es el día de un nuevo comienzo en la historia del
mundo, el amanecer de la edad dorada cuando el reino de Dios será el único
reino sobre la tierra.
La
futura prosperidad de Israel se expresa en una bella metáfora (v. 13).
Normalmente la cebada se cosechaba en marzo/abril y el trigo en mayo/junio,
pero la cosecha sería tan abundante que los segadores iban a estar todavía
trabajando en octubre/noviembre cuando los agricultores deberían estar arando de
nuevo la tierra para sembrar el nuevo cultivo. Lo mismo con los que recogen las
uvas. No solamente habría abundancia de comida sino también abundancia de
bendiciones espirituales. Nunca más iban a trabajar para que otros coman los
frutos de sus labores.
En
el v. 15 Amós emplea la palabra “arrancar” con referencia al destierro. Para
Amós, como hombre del campo, fue de gran gozo anunciar que nunca más el pueblo
sería “arrancado” forzosamente de su tierra. Iban a habitar para siempre en la
tierra prometida. El pacto entre Dios y el pueblo seria establecido de nuevo y
durará eternamente.
Amós
empleó un lenguaje muy fuerte, pero al mismo tiempo sabía que había un equilibrio
muy fino en el corazón de Dios entre juicio y misericordia. Muchas veces dijo
al pueblo de Israel y Judá: “¡Buscad a Jehová y vivid!” “¡Buscad el bien y no
el mal, para que viváis!” “Aborreced el mal y amad el bien”. No pudo ver la
resolución del problema pero sabía que Dios daría vida a los que lo buscaran
con sinceridad. Este dilema se resolvió solamente en la cruz de Jesús.
Necesitamos
predicar y enseñar las palabras de Amós. El pecado todavía reina en los corazones
de personas de todas las naciones, sin distinción de sexo, raza, posición
social o económica. Debemos señalar el pecado con amor e indicar el camino de
Jesús como la única solución duradera a la injusticia. La nación, la familia o
la persona que sigue el camino que Israel tomó en el año 760 a.C. iba a
experimentar un desastre de aun mayores proporciones de lo que Israel sufrió.
Dios
es soberano; aunque va a castigar a su pueblo por rechazarlo a él y sus
enseñanzas, promete “levantar el tabernáculo caído de David…”. En medio del
juicio y la condenación, Dios no se olvida de su pueblo y les da esperanza para
el futuro. Las bendiciones vendrán por medio de la naturaleza fértil y
productividad jamás conocidas. Traerá al pueblo del cautiverio; ellos
edificarán sus casas y plantarán sus viñas y sus huertos. Estas promesas
producirán “una esperanza viva”.
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