Amós 7
Vision de advertencia
A
partir de este capítulo y hasta el nueve, Amos presenta cinco sueños proféticos
o pesadillas sobre el futuro, y una promesa gloriosa de Dios sobre la nación de
Israel
Estas
visiones representan el carácter del profeta. No predicó por deseo de predicar,
sino por una obligación poderosa que no podía eludir. Todas estas están
relacionadas con acontecimientos de la vida diaria. Seguramente cualquier persona
pudiera haberlas visto sin darles mayor importancia. Amós, por otro lado, vio
la mano de Dios obrando en los hechos de la vida diaria. Esto es importante
para entender los motivos detrás de la actuación de Amós.
En
los vv. 1-6 muestra la plaga de langostas y el fuego. Esta clase de plaga era
uno de los peores azotes para los agricultores del Medio Oriente. Esta plaga
atacó el cultivo después de que el pueblo había entregado la primera siega, o
sea lo mejor, como impuesto al rey para alimentar los caballos de la caballería
real. Amós intercede por el pueblo, no en base a sus méritos, sino en su
debilidad como nación pequeña sin muchos recursos. Amós sabía que Dios los
había rescatado de la esclavitud y tenía compasión por las viudas, los
huérfanos y los pobres.
En
el v. 3 habla de que Dios se arrepintió. Acá se usa la palabra “najam” que
significa “desistir, tener compasión, lamentar, cambiar de opinión”. En las 36
veces que se emplea esta palabra najam en el AT, en 30 se refiere a Dios. En
este texto Dios no perdona a los israelitas sino que desiste de aplicar su
castigo bien merecido por su compasión como Padre.
El segundo caso es muy semejante (vv. 4-6). Un incendio impulsado por un viento fuerte amenaza destruir las viviendas y los campos y ni aun el empleo del agua subterránea podría apagarlo. Las palabras el gran océano se refiere a las “aguas debajo de la tierra” sobre las cuales descansaba la tierra según la cosmología de los hebreos. Si este fuego consumiera estas aguas, la tierra no tendría base para sostenerse; ¿continuaría existiendo el mundo? Esta vez la intercesión de Amós era ante la posibilidad de un desastre de tan grandes proporciones que la nación no podría levantarse nunca para volver a la vida normal. La compasión de Dios se ve de nuevo en la frase “No será esto tampoco”.
En
los vv. 7-9 se presenta la visión de la plomada de albañil. En esta visión se
entiende que pasaba el tiempo y no había
cambiado en el comportamiento del pueblo de Israel. La idea es que el Señor
emplea una plomada para medir la rectitud del edificio moral y religioso de la
nación. Como resultado halló a la sociedad entera inclinada hacia la maldad. El
edificio nacional iba a caer debido a su inclinación al pecado en todos los
niveles de la sociedad. A pesar de tener los planos del Gran Arquitecto para
construir una nación que respetara los derechos de todos y que administrara la
justicia de forma imparcial, el pueblo había fracasado totalmente.
El
profeta ya no pudo interceder más; este problema no era el resultado de una
plaga exterior sino era un cáncer mortal en el corazón de la nación entera. Entonces
tuvo que resignarse a la sentencia de Dios: ¡No lo soportaré más! Dios no pudo
pasar por alto un pecado tan grave. Los santuarios y lugares de culto pagano iban
a ser destruido.
En
los vv. 10-17 se muestra la confrontación entre Amós y la máxima autoridad
religiosa. Este encuentro entre Amós y Amasias pone de manifiesto la acusación
contra el profeta de Dios. El sumo sacerdote nunca dudó que Amós era un profeta
de Dios; su actuación contra el profeta era informarle que su predicación era
prohibida en Betel; porque representaba una conspiración contra la casa real.
Lejos de ser una predicación, Amós había conspirado contra el rey y siempre era
posible que algunos de la tierra, tomaran sus palabras como un llamado a rebelión
contra el régimen. Amasias pensaba que Amós era una amenaza al orden público.
Con
o sin autorización del rey, Amasias identifica a Amós como uno de los videntes
profesionales que fueron consultados por reyes y otros sobre asuntos del futuro
y que recibieron pago por cada consulta. Amasias no llamó a Amós un profeta
falso; solamente le mandó volver a su propia tierra y ganar dinero de sus
compatriotas de Judá. Seguramente el acento de Amós indicó que era natural de
Judá. Probablemente Betel tenía su propio grupo de profetas profesionales y ya
no hacían falta más.
Como
hombre enérgico e independiente que era, Amós anunció que no era y nunca había
sido “profeta profesional”. No tenía que hacer esto para comer; tenía su propia
profesión de ganadero, pastor y agricultor.
Con
palabras ásperas Amós dice que antes vivía tranquilamente y de repente Dios lo
tomó físicamente de su trabajo y lo envió al norte a predicar. No estaba en
Betel por iniciativa propia sino por mandato directo de Dios. Cabe la pregunta:
¿Hubo muchos sacerdotes y profetas en el norte?, ¿por qué no utilizó Dios uno
de ellos?
Justamente
este es el gran misterio de la profecía bíblica, tanto en el NT como en el AT.
Dios llama a los siervos que él sabe que le pueden ser útiles en cada situación
determinada. No importa si son hombres o mujeres, ricos o pobres, bien educados
o autodidactas; el llamamiento a servir a Dios es sumamente personal. El que
escoge la vocación sin un llamado por Dios está destinado a fracasar. Eso sí,
si la iglesia se enfría y la “voz auténtica” de Dios no se oye por sus ministros,
entonces Dios levanta a “sus siervos, los profetas” para dar su mensaje a la
población. El verdadero profeta no tiene otra alternativa excepto anunciar la
Palabra de Dios que Dios mismo le ha dado.
Aunque
no se menciona a Asiria por nombre, la conversación termina con una descripción
del sufrimiento que le esperaba a la familia del sacerdote y una afirmación de
la próxima invasión de la tierra y el cautiverio de su población, cosa que se
cumplió al pie de la letra en menos de 40 años (2Rey.17:23). La tradición dice
que Amasías se enfureció tanto con esta profecía que mandó a un hijo suyo a
matar a Amós mientras viajaba por una carretera solitaria entre Betel y Tecoa.
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