Daniel 4.28-37 - Ps Jose Guerrero

La locura de Nabucodonosor

Dan 4:27  Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad

En el v. 27 Daniel le dio un consejo a Nabucodonosor, invitándolo a que entrara en una relación correcta con Dios, esto le cambiaría su vida y reflejaría la naturaleza de Dios mismo.  Este hecho mismo, indica que podía evitar el juicio terrible de Dios. Si Nabucodonosor abandonaba sus pecados y se volvía a una recta manera de vivir, mostrándoles misericordia a los pobres a quienes había oprimido, Dios no llevaría a cabo lo que había revelado en el sueño.

Pasaron doce meses y nada anormal había ocurrido cuando todo aquello le sobrevino. Desde su palacio, Nabucodonosor miraba a la ciudad y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué… con la fuerza de mi poder y para la gloria de mi majestad? (v. 30). La historia indica que el engrandecimiento y embellecimiento de Babilonia se debía a los 17 templos y a los famosos jardines colgantes, una de las maravillas del mundo, que había construido Nabopolasar.

En aquel inesperado momento de su presunción vino la palabra de Dios confirmando la advertencia: Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando descendió una voz del cielo (v. 31) demostrando el poder de Dios, y en la misma hora se cumplió la palabra acerca de Nabucodonosor (v. 33). Inmediatamente, el que había sido tan soberbio cayó en un estado tal que pensaba como un animal (un buey) y fue echado fuera para vivir con el ganado, su pelo creció como plumas de águilas y sus uñas como las de las aves (v. 33).

Algunos han identificado la locura de Nabucodonosor como zoantropía, también llamada licantropía ”Manía en la que el enfermo se cree convertido en un animal”. Este mal llegaba de repente sobre la persona, duraba una temporada y desaparecía de repente. Daniel no se preocupó en explicar en términos médicos la enfermedad, sino en afirmar que el rey fue disciplinado por Dios durante el tiempo advertido.

Muy probablemente Nabucodonosor, al ver sus siervos que él se enfermó, fue guardado dentro de los confines del palacio, o de algún sitio semejante, donde se comportaría como si fuera un animal, comiendo pasto y durmiendo en el suelo, en presencia de bestias. No podemos concluir que se fuera a los montes a vivir solo y perdido. Durante este período de enfermedad, hombres fieles atenderían a los asuntos del gobierno, mientras se esperaría la recuperación del monarca.

Al alzar sus ojos al cielo, el rey recobró la razón. Al reconocer el señorío de Dios se le concedió su imperio con todos los honores. La gracia de Dios permite que una persona haga esto. "Yo honraré a los que me honran" (1Sam.2:30), y "ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia" (Prov.3:34). Como resultado, vino la alabanza (v. 34)

El sueño de Nabucodonosor era como el de todo hombre que aspira usurpar el dominio que únicamente le pertenece a Dios el Creador del universo. Comenzó con Adán, hecho a la imagen de Dios e investido con el privilegio de participar en el dominio del Altísimo, quien no se conformó en su estado de criatura y cayó en la tentación de ser “como Dios” (Gén. 3:5). Tomó del “árbol de la vida” ubicado “en medio del jardín” (Gén. 2:9).

Pero cuando el hombre deja de comportarse como criatura bajo el dominio del Señor pierde la sabiduría divinamente dada y se convierte en una bestia sin inteligencia (Sal. 32:9). El reconocer que el Altísimo tiene el dominio sobre la persona y el universo (la fe bíblica en acción), esto eleva al más bajo de los hombres, le da su razón y vida abundante con el Señor. La condición para la restauración es reconocer que el reino y el poder pertenecen a Dios y no al hombre (arrepentirse y someterse a Dios).

Hay una analogía entre este capítulo y el libro de Job. Nabucodonosor, el rey más grande, estaba aferrado a las cosas suyas, su poder y su gloria, y tuvo que reconocer que aquel poderío era de Dios y no de él. Job era bueno y piadoso, el mejor hombre de su día y el más rico de su zona. Job, como Nabucodonosor, fueron despojados, y aun arrojados a tierra. Pero Job se mantuvo aferrado a una justicia que creyó suya y juzgó que Dios lo trataba injustamente. Finalmente, a empujones confesó que Dios era soberano y dijo: “De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6). 

Dios es soberano y por eso, hecha la confesión, les devuelve tanto a Nabucodonosor como a Job lo que les había sido quitado. En ambos casos se les devuelve más, engrandeciéndoles. Esto no era algo que se les debía en justicia, sino que son dádivas de gracia del Dios soberano.

Con claridad este libro enseña que la historia está totalmente en manos de Dios quien es soberano y deja actuar a los poderes impíos. A la vez, su poder puede ser terapéutico ya que se quita aquello que es causa extravío para que,  el pueblo se vuelva a Dios quien será reconocido como el dador soberano de la vida y todo bien.

El capítulo termina mostrando nuevamente el tema de la soberanía de Dios y su favor: “Ahora, yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey de los cielos (v. 37). Dios está activo en los asuntos del mundo, dando testimonio de sí mismo y mostrando su deseo de que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad.

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