Daniel 3 - Ps Jose Guerrero

La estatua de oro

Dan 3:5-6  que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo. 

Sigue otra narración histórica, esta vez sobre los tres amigos de Daniel, ilustrando cómo el martirio es preferible a la apostasía. El rey, como el poder mundial supremo, quiere obligar a todos sus súbditos a participar en su egolatría e idolatría. Con claridad se ve: la soberbia (v. 1), el edicto (vv. 2-3a), las pretensiones (vv. 3b–6) y la autoridad de rey (v. 7). La narración termina con el rey pagano proclamando una orden en defensa de la religión judaica.

El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro… y la levantó en la llanura de Dura (v. 1). Probablemente la estatua no fuera del rey mismo, sino de su deidad particular. La religión de una persona se revela por la manera de expresarla. Nabucodonosor lo hizo por medio de una gran estatua de unos 27 m de altura y 2,70 m de ancho. Las dimensiones reflejan la grandeza de ese obelisco. Para el rey, mostraba algo que le importaba. En sus campañas militares se había llevado mucho oro y parece que quería que todos lo vieran. Probablemente la estatua era de madera recubierta de oro.

En esto se ve la soberbia de la conquista. ¿No era él el rey de Babilonia? ¿No era él la cabeza de oro del coloso de su sueño? Aquí se ve el orgullo de la posición. Llama la atención la forma de exhibirlo, ya que se escogió el lugar más prominente en la provincia de Babilonia para levantar la estatua. Ningún morador ni visitante podía pasar sin verla. La palabra usada para describir la llanura de Dura (v. 1) significa “fortaleza” o “plaza fuerte”.

Y el rey Nabucodonosor mandó reunir… a todos los gobernantes de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua… Entonces fueron reunidos… (vv. 2-3). El edicto fue dado a todos; nadie podía escapar de cumplirlo. Se mencionan todos los oficios y funciones en un orden descendente en importancia: sátrapas, intendentes y gobernadores, consejeros, tesoreros, jueces, oficiales, y… gobernantes de las provincias. Sadrac, Mesac y Abed-nego, ya con un puesto administrativo en la provincia de Babilonia, no pudieron quedar al margen.

El edicto de Nabucodonosor tocaba la vida cotidiana de todos; la dedicación de la estatua era un asunto oficial; por lo tanto, todos los oficiales del gobierno debían participar.

Para los jóvenes hebreos monoteístas el evento presagiaba cosas desagradables y, probablemente, peligrosas. El hecho de que todos los altos oficiales de las provincias fueron citados para la dedicación de la estatua (v. 3), y que todos los pueblos súbditos debían adorarla (vv. 4-5), muestra que el propósito del rey era la unificación de su reino bajo una sola religión. Esto era peligroso, especialmente para el pueblo de Dios.

Una vez levantada, el heraldo proclamó con gran voz: “Se ordena… que al oír el sonido de… todo instrumento de música, os postréis y rindáis homenaje a la estatua de oro…” (vv. 3–5). Al decir pueblos, naciones y lenguas (v. 4) habla de la forma en que todas las partes de su dominio debían rendir homenaje a la estatua. Todos debían postrarse sobre sus rostros en una actitud de adoración; de esta forma se notarían inmediatamente aquellos que no lo hicieran. Por lo tanto, al postrarse ante la estatua de oro se reverenciaba a Nabucodonosor mismo.

Para el incrédulo esto no representaba ningún problema, pues era costumbre que un pueblo vencido reconociera a los dioses de la nación vencedora. Ni siquiera tenían que renunciar a sus dioses antiguos. Sin embargo, para un hebreo monoteísta era un gran problema, dado que Jehová exigía fidelidad exclusiva.

La música que iban a oír vendría de una colección de instrumentos de cuerda y de viento. Este estilo excesivo se mantiene en la lista de los instrumentos musicales. Hay instrumentos hebreos como la corneta y la flauta; griegos como la cítara, el arpa, y la zampoña.

Nabucodonosor, anticipando que algunos no obedecerían la orden, especificó la pena para aquellos que desobedecieran: “en la misma hora será echado dentro de un horno de fuego ardiendo (v. 6). El horno era de los que se usaban para obtener cal. En la parte de arriba tenía una chimenea, tipo torre, con una puerta al costado cerca del piso para sacar la cal.

La costumbre de quemar a las personas era común en el tiempo antiguo, más si la orden venía de parte de un rey como Nabucodonosor. Era una coerción difícil para los judíos. Para el rey, el no cumplimiento era un acto de traición contra el reino y su monarca. Por eso, tan pronto como oyeron todos los pueblos el sonido de … todo instrumento de música, … se postraron y adoraron … (v. 7).

Todos los presentes, excepto los tres jóvenes hebreos, cayeron al piso. Aparentemente, el rey había logrado la unificación que deseaba. No todos lo hacían con sinceridad; había algunos que solo lo hacían por quedar bien con el rey.

Al instante algunos varones caldeos se acercaron y denunciaron a los judíos (v. 8). Los hombres apelaron al edicto: Tú, oh rey, has dado la orden (v. 10). Citando el decreto, le recordaron al rey a quiénes afectaba (todo hombre), además señalaron el cuándo (al oír el tipo de música especial) y el cómo (el postrarse y rendir homenaje). Además, señalaron la sentencia por el incumplimiento: sea echado dentro de un horno de fuego ardiendo.  (v. 11).

En el v. 12 se acusa a los amigos de Daniel directamente de desobediencia: no te han respetado, y de rebelión contra los dioses, la majestad y el poder: Ellos no rinden culto a tus dioses ni dan homenaje a la estatua que tú has levantado. Entonces Nabucodonosor los confrontó; les dio oportunidad para que se retractaran. No era una tarea fácil para ellos; debían mantenerse firmes en sus convicciones aun ante el enojo del rey.

Lo más natural hubiera sido claudicar ante la amenaza; el precio por no hacerlo era muy alto. ¿Por qué no ignorar los principios por un momento y complacer al rey? (v. 14). Hubiera sido más fácil decir: “No, no es cierto que hemos dejado de honrar a la estatua de oro”; pero eso sería una mentira, y se sumaría otro problema de conciencia. Y llegó el momento de la prueba, ¿Obedecerían al edicto del rey? ¿Estáis listos para que al oír el sonido de la corneta…? (v. 15). Los jóvenes pudieron haber acatado la orden de postrarse y adorar la estatua, pero esto era lo que Sadrac, Mesac y Abed-nego no podían hacer.

Así es la naturaleza de la tentación: acomodarse con el mundo para obtener supuestas ventajas personales. El asunto se complica cuando se escuchó al rey con todo su poder y soberbia decir a los jóvenes: ¿Y qué dios será el que os libre de mis manos? (v. 15). En ese tiempo se relacionaba al rey con su dios. Nabucodonosor decía que la liberación del horno de fuego era una obra, que ningún dios podría lograr. Lo que necesitaba era una demostración del poder del Dios verdadero a quien menospreciaba.

En los vv.16-18 está la respuesta de los tres jóvenes judíos de fidelidad y dependencia de Dios. Sus palabras: no necesitamos nosotros responderte sobre esto, (v. 16) da la idea de que para ellos era inútil discutir con palabras a un tirano enfadado. Testificaban de su fe al estar dispuestos a morir por sus principios. Creían que Dios tenía el poder y declaraban abiertamente su confianza en que él les libraría del horno de fuego ardiendo; y de tu mano… nos librará (v. 17).

Daban fe de sus creencias a través de la firmeza de su decisión, cualquiera fuera el resultado, si es así (v. 17), y si no (v. 18); su fe era mucho más que una expresión. Su fe y la convicción de que hacían lo correcto eran tan firmes que no requerían otra señal de parte de Dios. Hacían lo que Dios esperaba que ellos hicieran sin condiciones, sin fanatismo, sin jactancia, sin esperar ver un milagro y con mucha resolución.

La determinación de los tres jóvenes enfureció al monarca. Se le veía en su mirada: Se alteró la expresión de su rostro… (v. 19), y en sus posición por eliminarlos: Ordenó que el horno fuese calentado siete veces más de lo acostumbrado, y mandó a hombres muy fornidos… que los atasen… para echarlos en el horno (vv. 19-20). La expresión siete veces indicaba hacerlo “lo más caliente posible”.

Los tres jóvenes hebreos fueron atados tal como estaban, con sus ropas (v. 21). Normalmente se les quitaba la ropa a los condenados antes de su ejecución. El echarlos dentro del horno vestidos, era una señal para los demás, de que no habían podido librarse del castigo a pesar de los cargos que tenían. Además, demostraría la grandeza del milagro de Dios al mantenerlos ilesos a pesar de estar vistiendo sus ropas, que eran materiales sumamente inflamables.

Fueron llevados a la boca del horno (parte superior). Por el poco valor por la vida humana y por la ira del rey, el horno fue calentado al máximo. Si se hubiera calentado como normalmente se hacía, no había ningún peligro para los soldados. Pero la orden del rey, arriesgó la vida de los soldados que debían cumplir las órdenes del rey. El texto dice que una llamarada de fuego mató a aquellos que los habían levantado (v. 22).

Al mirar dentro del horno dijo que vio a cuatro hombres sueltos paseando en medio del fuego sin sufrir ningún daño. Eran cuatro, en vez de los tres que habían echado atados, y estaban sueltos (v. 25). El cuarto de ellos tenía el aspecto de un hijo de los dioses (v. 25), un ángel en forma humana. A la orden del rey fueron liberados y puestos en libertad para salir del horno (v. 26). Aun con un examen minucioso, el rey y sus oficiales no encontraron en ellos ninguna evidencia de daño por el fuego (v. 27).

El rey quedó impresionado. Nuevamente reconoció la superioridad del Dios de los judíos y tuvo que reconocer que su decreto había sido inútil. El Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego efectivamente había podido librar a sus siervos quienes prefirieron entregar sus cuerpos antes que rendir culto a cualquier dios, aparte de su Dios (v. 28).

No hay otro dios… como él (v. 29), estas palabras del rey eran proféticas. No hay otra manera de vivir que como creyentes en el Dios de Abraham. Nabucodonosor reconoció que su dios no podía hacer por él, lo que el Dios de los judíos hizo por los suyos. La naturaleza y la historia son un testimonio de la gloria y el poder del Dios Altísimo. La tragedia del mundo es la ceguera espiritual de la gente.

El rey elogio a los tres fieles (v. 30): prohibió hablar mal del Dios de los judíos y declaró legal la religión de ellos en el imperio. Sin embargo, no reconoció a Jehová como el único Dios, ya que no abandonó su idolatría.

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