Ez.33 . Ps Jose Guerrero

El atalaya de Israel

Ez. 33:2  Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y lo pusiere por atalaya.

Con el cap. 33 comienza la tercera parte del libro de Ezequiel, en la que el profeta mira hacia el futuro. La caída de Jerusalén a manos de las fuerzas babilónicas marcó el punto de inflexión en el ministerio del profeta pues, de manera asombrosa en un momento tan negro para la vida de su pueblo, a partir de ese momento comenzó a presentar un mensaje de esperanza.

La inserción de los capítulos dedicados a las naciones vecinas (caps. 25–32) coloca una separación entre el anuncio de la caída de la ciudad (24:25–27) y la noticia de su ejecución (33:21-22); por lo que debemos regresar a estudiar los capítulos que vienen en el contexto que brinda el cap. 24.

Uno de los momentos más difíciles del pueblo de Israel, fue la destrucción de la ciudad y del templo, que debió afectar a los exiliados, y a los sacerdotes que estaban entre ellos. Para Ezequiel, como sacerdote debió haber sido difícil predicar sobre la destrucción del templo, y al mismo tiempo poner en práctica el mandato de Dios de no hacer duelo cuando le comunicó que esto había ocurrido.

No solo eso, al mismo tiempo se agregó la muerte de su esposa (24:15–18), que como lo menciona en el texto bíblico era su deleite (24:16).

A partir de esta tercera parte, se manifiesta un cambio de tono y modo de expresión en el profeta. El juicio de Dios se había cumplido completamente en la destrucción de la ciudad y del templo. Esto avizoraba un cambio de rol, al pasar a una obra de cuidado hacia el pueblo. Tenía una responsabilidad para con los exiliados, su comunidad o congregación quienes habían perdido a sus familiares y sus casas. Su ministerio estuvo a partir de ese momento dirigido a apoyar, consolar e inculcar esperanza.

Ezequiel inicia su nueva etapa ministerial; sabiendo que la situación general no era buena, había una crisis; sin embargo, debía predicar un mensaje de esperanza y optimismo. El profeta debía comprender que aun en los momentos más oscuros podemos ver a Dios moviéndose junto a su pueblo, y por lo tanto su futuro no dependía de las situaciones externas, debían alzar los ojos al cielo y poner su vista en Dios.

Este capítulo inicia  diciendo: “vino a mí palabra de Jehová” (v. 1), la profecía no parte de la inspiración humana sino de la divina. El ministerio auténtico comienza con la presencia de Dios en el ministro, y los profetas como hombres de Dios tenían plena conciencia de su asistencia en su vida; las palabras y el valor que tenían eran producto de su comunión con el Señor.

Seguidamente el profeta introduce el trabajo del centinela (vv. 2-3). El pasaje presenta la razón de ser, la tarea y la responsabilidad de un centinela. En primer lugar, el nombramiento de un centinela es la presencia de un peligro público (v. 2). Cuando un pueblo cree que existía la posibilidad de una invasión nombraba uno de sus propios habitantes como su centinela. Allí se puede señalar que tanto el centinela como el profeta son uno del pueblo. Los líderes del pueblo de Dios debieran tener siempre presente este hecho, pertenecen al pueblo, no están sobre ellos.

Otra tarea del centinela es custodiar, estar atento al peligro y dar la alarma en caso de ser necesario. Debe prestar atención a la llegada de la espada, es decir debe estar dispuesto a prestar atención mientras otros están descansando; estar dispuesto a ver más allá mientras otros solo prestan atención a lo superficial. De alguna manera la tarea del centinela es sacrificada, trabaja en beneficio del pueblo. El pueblo depositaba su confianza en el centinela, si él fallaba todo el pueblo estaba en peligro.

Por último la responsabilidad del centinela era dar la alarma en caso de un peligro cierto. El v. 3 dice que toca la corneta para advertir al pueblo. El límite de su responsabilidad era anunciar, no podía evitar el peligro ni tomar las decisiones después.

Los vv. 4-5 justamente ponen el énfasis en esta obligación del centinela de anunciar y alertar, si él cumple con su tarea y el pueblo a la vez escucha su mensaje no habría problemas, pero si no cumple con su responsabilidad o el pueblo no hace caso a su mensaje seguramente vendría muerte.

En la segunda parte (vv. 7–9) se encuentra la aplicación al profeta de lo que ha estado diciendo en términos generales. La semejanza de estos versículos con 3:17–19 es notable.

Los vv. 7–9 aplican la enseñanza de los versículos anteriores a la realidad de Ezequiel. Los pasos que el profeta señala en su propia comisión son: En primer lugar Dios mismo lo llamó a la tarea. Luego afirma que el pueblo que estaba en peligro era la casa de Israel. Ezequiel debía transmitir el mensaje a los que tenía cerca, a quienes lo estaban escuchando. Su ministerio era hacia el pueblo de Dios. En tercer lugar, su rol era advertir, es decir alertar del peligro. Su tarea como profeta era simplemente “oír” y “amonestar”.

Desde los vv. 10-20 se contempla la responsabilidad individual. Después de haber presentado la responsabilidad de los líderes, el profeta comienza a hablar de la responsabilidad de cada uno de los miembros del pueblo de Dios.

Los vv. 10-11 presenta una disputa entre los mismos exiliados: Vosotros habéis dicho (v. 10). El tema que estaba en el fondo de esta discusión era la justicia de Dios.  Los israelitas pensaron que si iban a morir como resultado de un juicio inevitable, no habría esperanza de un futuro. Dios respondió que Él no se complacía con la muerte de los impíos por su pecado (v. 11), sino que su deseo era que se arrepintieran y vivieran (2Pe.3:9). La respuesta divina a la pregunta humana es: "¡Arrepentíos, convertíos y viviréis!" (Ez.18:23). Este es el equilibrio perfecto entre la compasión de Dios y sus demandas justas de santidad. El arrepentimiento y el perdón estaban al alcance y fueron ofrecidos a todos.

Los vv. 12- 16 presentan varias enseñanzas. Inicia señalando que la conducta presente no será juzgada por el pasado (v. 12). Enfatiza que el hombre es condenado por sus pecados y, al mismo tiempo, reconoce que mientras viva, tiene la oportunidad de cambiar, y Dios actuará de acuerdo con ese cambio. También comenta que un pasado aparentemente justo no excusa un presente pecaminoso (v. 13). La frase clave aquí está confiando en su justicia. Se comprende mejor la situación si se tiene en cuenta que su vida era simplemente apariencia; "confiaba en su justicia" en lugar de poner su confianza en Dios. Y termina afirmando que un pasado pecaminoso no impide la salvación (vv. 14-16). Se mencionan dos requisitos: apartarse de su pecado y practicar el derecho y la justicia.

Los vv. 17–20 presentan el tema de la justicia de Dios y la injusticia del hombre. En los vv. 18-19 se usa nuevamente el verbo hebreo volverse en las dos direcciones, “cuando el justo vuelva de su justicia para hacer iniquidad o cuando el impío vuelva para vivir de manera justa”. El hijo de Dios debe enfrentarse con el peligro de dejarse llevar por la corriente de este mundo, debe ocuparse de su salvación, porque el peligro del deslizamiento es real.

En los vv. 21-33 se menciona la última corrupción de Israel. El profeta termina este capítulo afirmando que la corrupción de la sociedad fue la que provocó la caída de Jerusalén. El pueblo de Israel había recibido de Dios esa tierra no por sus méritos sino porque Dios había rechazado a las naciones que la habitaban por el pecado de ellos (Deut. 9:1–5). Cuando Israel, el reino del norte fue destruido, el libro de Reyes nos presenta las razones de la caída de Samaria como un juicio de Dios por haber andado según “las prácticas de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel” (2 Rey. 17:8). La destrucción de la ciudad de Jerusalén ocurrió en el mismo contexto teológico, es decir por las mismas razones, habían corrompido la tierra que Dios les había regalado.

En los vv. 21-22 anuncia la caída de Jerusalén. El texto nos muestra que Ezequiel recibe noticias de primera mano sobre la destrucción de Jerusalén. Anteriormente el Señor le había anunciado la destrucción de la ciudad, pero esta es la primera vez que tiene un encuentro con alguien que estuvo presente en el momento, uno de los fugitivos. El encuentro con este había sido anunciado o preparado por Dios (Ez. 24:26-27).

En los vv. 23-29 se muestra el impacto de esa noticia. Estos versículos nos permiten conocer cuál era la mentalidad o la interpretación que hacían los que habían sobrevivido a la caída de Jerusalén y todavía estaban en la tierra de Judá “los que habitan entre aquellas ruinas” (v. 24). Es seguro que la información de la destrucción de la ciudad, vino al profeta de la persona que había traído la noticia.

Ezequiel advierte a los sobrevivientes que vendría más juicio sobre ellos si no obedecían a Dios. Por alguna razón extraña ellos creían que si Dios había dado la tierra a Abraham como un solo individuo, con mayor seguridad sería poseída por ellos ya que eran más numerosos. En otras palabras, creyeron que la cantidad era más importante que la calidad, pero el juicio vendrá si se apartaban y rechazaban de nuevo a Dios (vv. 25-29).

En resumen, estaban convencidos, o intentaban convencerse, de que el futuro inmediato para ellos era una promesa. Su razonamiento es que Abraham, un hombre solo, había tomado la tierra; ellos como descendientes de aquel tendrían el mismo derecho.

La respuesta de Dios (vv. 25-26) ante semejante declaración, era cortar en seco las falsas expectativas que ellos habían generado, pues su razonamiento estaba basado en la descendencia carnal de Abraham, mientras tanto seguían viviendo de la manera

A continuación (vv. 27-28) el profeta habla del castigo de Israel. Comienza la descripción del castigo de manera enfática: “Les dirás que así ha dicho el Señor…” Ezequiel debía ser explícito en la entrega del mensaje, el pueblo debía tener en claro que el origen del mismo era Dios.

El castigo estaba dirigido tanto a los habitantes (v. 27) como hacia el lugar “convertiré la tierra en desolación”. (v. 28). Habla de los que estaban en las ciudades en ruinas, “lugares asolados”, es decir, lugares ya atacados, y donde los enemigos no iban a regresar.

Las consecuencias del castigo era que la tierra quedaría desolada (vv. 28-29), pero al mismo tiempo cesaría la soberbia de su poderío, su falsa confianza desaparecería. Solo entonces “sabrán que soy Jehová”; el pueblo podrá ver el accionar poderoso de Dios a través de las pruebas que les tocó enfrentar. La destrucción de la ciudad serviría como un testimonio efectivo del poder de Dios.

En los vv. 30-33 se mencionan los resultados de la predicación profética. Este es un mensaje a los exiliados que no tenían intención de obedecer los mensajes del profeta. Les gustaba oír pero no aplicar las palabras del profeta. Por fin aprendieron con la experiencia amarga que él les había hablado la verdad de Dios. El pueblo apreciaba la elocuencia de Ezequiel pero no la realidad de su mensaje.

El pueblo venía a escuchar a Ezequiel con el fin de entretenerse. No les interesaba escuchar un mensaje del Señor para ponerlo en práctica. Muchos van a la iglesia como un entretenimiento. Disfrutan la música, el compañerismo y las diversas actividades, pero no atesoran el mensaje en sus corazones. Escuchemos la Palabra de Dios y obedezcámosla, aplíquelas y póngalas en práctica en su vida.

 

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