Lamentaciones 2 - Ps. Jose Guerrero

Ante el  sufrimiento

Lam 2:18  El corazón de ellos clamaba al Señor; Oh hija de Sion, echa lágrimas cual arroyo día y noche; No descanses, ni cesen las niñas de tus ojos. 

El poeta presenta el segundo lamento. Es una amarga lamentación sobre la caída de Jerusalén. La destrucción fue el resultado de la ira de Dios contra los pecados de su pueblo. El poeta era, un testigo ocular de la caída de Jerusalén. Su descripción de los sucesos es demasiado específica y precisa.

En los vv. 1-9 se muestra el juicio de Jehová hacia su pueblo. La nación pensaba que gozaban de un lugar privilegiado debido a su relación pactada con Dios. Olvidaron que tal relación involucraba responsabilidad moral y espiritual. Ahora la capital de la nación estaba en ruinas. El santuario sagrado, considerado inviolable, fue violado por los enemigos paganos.

El poema empieza en la misma manera que el anterior. El Señor había causado oprobio para la hija de Sion al cubrirla con la nube de su ira. Él había quitado su presencian como una estrella fugaz echada del cielo a la tierra. Judá había sido tratada como cualquier nación pagana. (v. 1) La destrucción de las moradas y las fortalezas había sido provocada por acción de Dios, movido por su indignación frente al pecado de su pueblo (v. 2).

Él había consumido a Jacob como una llamarada de fuego. Él lo debilito, cortó el poder de Israel (v. 3). Dios retiró su mano derecha. Aun las fortificaciones más fuertes no serían capaces de resistir el furor divino que avanzaba sobre ellos. Dios ya no iba a interponer su poder como barrera entre su pueblo y los enemigos.

El poeta presenta a Dios como enemigo y adversario fuerte de su pueblo (v. 4). El entesar el arco, es estar preparado para cazar un animal o atacar al enemigo. La mano derecha es símbolo de fuerza, potencia, firmeza. La morada de la hija de Sion son las habitaciones o carpas. Estas atraen la atención de los saqueadores, quienes destruyen todo lo que no pueden llevar.

El Señor había llegado a ser como enemigo. Se tragó a Israel. Devoró sus palacios. Destruyó sus fortalezas. Había multiplicado la tristeza y el lamento para la hija de Judá (v. 5).

Los vv. 6-7 hacen referencia al templo. El lugar santo, símbolo de la presencia de Dios con su pueblo. Ahora, este sitio sagrado estaba destruido, como enramada, sin ningún valor en un huerto (v. 6). El trauma era tan grave que el pueblo se olvidó completamente de las fiestas y los sábados. El Señor había desechado al rey y al sacerdote, y destruido el templo.

El v. 7 describe el saqueo de Jerusalén en el momento más horrendo. Ni el templo de Salomón, el orgullo de la nación, escapó a la destrucción. Cuando Dios entregó los muros de sus palacios en mano del enemigo, la voz de los enemigos resonó en el templo como en un día de fiesta solemne. Los quito completamente.  Aun el antemuro y el muro dieron voces de lamentos mientras caían (v. 8).

Las puertas de la ciudad se contaban entre los puntos más fuertes. El poeta dice que las puertas de Jerusalén estaban en tierra, junto con sus cerrojos, por los enemigos (v. 9). Para un pueblo que profesaba vivir de acuerdo con la ley, el ser privado de su base religiosa era devastador en lo espiritual como en lo social.

2. La agonía de los afligidos, 2:10–13

Ya que Jerusalén estaba desolada, los ancianos ya no tenían ningún deber civil que cumplir (v. 10). Las lágrimas abundantes indicaban la agitación de su ser. La referencia a hígado y corazón, (v. 11) evidencia una conmoción emocional aguda. El “hígado”, era para los hebreos uno de los asientos de la vida psíquica, relacionado con las profundas reacciones emocionales y de orden depresivo.

Las escenas desgarradoras son señal de la gravedad del momento. Los niños estaban rogando a sus madres que les dieran algo que comer. Gemían débilmente y con persistencia como diciendo “Mami, tengo hambre, quiero un pancito. Tengo sed” (v. 12). Mientras buscan, se desmayaban, y morían en los brazos de las madres.

El poeta ve el desamparo en medio de la angustia única y sin precedente. El describir tal sufrimiento, le era imposible decir palabras de consuelo. La herida de la nación era tan grande como el mar (v. 13). El poeta no era capaz de ayudarles a hacer frente a la catástrofe.

El poeta censura a los profetas de visiones falsas y sin valor (Eze. 22:28). Sus profecías eran engañosos, porque no expusieron el pecado del pueblo, no advirtieron de la destrucción que se acercaba, y no les llamaban a volverse al pacto (v. 14). Estos entregaban un mensaje agradable al pueblo. Les aseguraban que todo iba a resultar bien.

Los vv. 15-16 hablan de los vecinos que pasaban y expresaban su regocijo malicioso por el estado de la ciudad. (Jer. 19:8). Abrían sus bocas para burlarse.  Se regocijaban en el mal ajeno y en su victoria. Habían esperado este momento.

Cuando el pueblo escogido descuidó los mandatos de su Dios, el destino de la nación era conocido (v. 17). Lo sucedido se atribuye a Dios. Él lo permitió; no tenía otra salida. Era el cumplimiento de su palabra que había entregado por la ley y los profetas.

En los vv. 18-22 el poeta hace una oración, bañada en lágrimas, elevada a Jehová. El poeta insta al pueblo aturdido que dirija su súplica al Señor. (v.18) Dice “Su corazón clamaba…”, las lágrimas corriendo continuamente como un río, son una súplica al Señor. La exhortación es que sigan llorando sin cesar.

El único recurso para el pueblo es dar voces en la noche y al comienzo de las tres vigilias. Tenían que derramar su ser delante de Dios con el alma desnuda. Tenían que levantar las manos a Dios en oración, levantar las manos abiertas y con las palmas presentadas, indicando que no había nada que esconder.

En el v. 19, el poeta insta al pueblo a la oración sincera y sin cesar. Era por los pequeñitos muriéndose de hambre. Moribundos salían de los hogares hacia las calles principales de la ciudad buscando desesperada y vanamente algo que comer. Seguramente el Señor respondería frente una situación como esta.

Los vv. 20-21 constituyen un reconocimiento del hecho de que los eventos trágicos acompañando la caída de Jerusalén eran resultado de la violación prolongada del pacto.

La oración (v. 21) habla de los niños y los ancianos yaciendo por la tierra en las calles. El poeta reconoce que los babilonios no son más que agentes. Habían actuado con el permiso divino para castigar al pueblo obstinado.

Termina en el v. 22 con una bella expresión y difícil de olvidar. “Señor, de la misma manera en que solías llamar a tu pueblo a las asambleas solemnes, así has convocado contra mí los temores de todas partes. Nadie pudo escapar el día de tu furor. A los que cuidé y crie, mi enemigo los ha destruido”.

El poeta piensa que Sion todavía está al alcance de la misericordia divina, aun en medio del castigo, existe la posibilidad de la restauración futura del pueblo. Jeremías tenía esa esperanza.

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