Lamentaciones 1 - Ps Jose Guerrero

SOLEDAD Y DESOLACIÓN 

Lam 1:20  Mira, oh Jehová, estoy atribulada, mis entrañas hierven. Mi corazón se trastorna dentro de mí, porque me rebelé en gran manera. Por fuera hizo estragos la espada; por dentro señoreó la muerte. 

El capítulo empieza con una meditación triste sobre el estado caótico en el cual había caído Jerusalén. El lamento se divide en dos partes: 

La primera parte hace una lamentación sobre el estado triste de la ciudad, abandonada por sus amigos y perseguida por los enemigos, sin gloria y sin consuelo en medio de su miseria y falta de estima.  (vv. 1–11). La segunda presenta a la ciudad misma, llorando y dando lastima por el mal que le había sobrevenido por sus pecados. Termina pidiendo a Dios venganza sobre sus enemigos. (vv. 12–22)

En los vv. 1-11 el poeta describe a la ciudad en ruinas y la humillación de sus desterrados. La ciudad llena de dolor se ilustra como una viuda enlutada, solitaria, abandonada, traicionada y despreciada. Llora amargamente.

Se hace un contraste entre su vida anterior y la de ahora. La ciudad que era populosa (llena de gente), grande entre las naciones,… señora de las provincias (princesa) ahora se encontraba solitaria, viuda, atribulada. El cuadro era de una ciudad ocupada, activa, bulliciosa, que pasa a muerta, inactividad, desolada. Había ocupado un alto puesto y gozado de prestigio, pero ahora estaba tributada y desprestigiada (v. 1).

Por esto, “llorando llora” amargamente (v. 2). No había quien se interesara por consolarla. Sus amantes y amigos, que podrían haber sido las naciones aliadas con Judá contra los babilonios, no la ayudaron. Permitieron su derrota, y participaron traidoramente en su caída (v. 3).

Aun los caminos que tomó se personifican (v. 4), estos lamentan la situación triste de Sion. No habían peregrinos en los caminos a Jerusalén para participar en las fiestas religiosas. Una gran enseñanza se encuentra en el v. 5 "Porque Jehová la afligió por la multitud de sus rebeliones". El poeta afirma la causa de sus lamentos. El Señor mismo había traído esta tragedia, pero lo hizo porque había que disciplinarla. Sus hijos pequeños fueron conducidos como ovejitas.

Sion había perdido no solamente lo que amaba más, sus pequeños, sino también todo su esplendor (v. 6). Sus príncipes, debilitados por el hambre, no pudieron escapar de sus perseguidores, los cuales los alcanzaron y los tomaron presos. Como venados que no podían hallar pasto, huyeron débiles y sin defensa delante del perseguidor. (Captura de Sedequías - 2 Rey. 25:4–7).

Mientras nadie le ayudaba en su lucha contra los adversarios, Jerusalén, en aflicción y desamparo, se acordó de sus buenos tiempos (v. 7). Todos los tesoros y artefactos del templo habían sido llevados por los babilonios.

El poeta vuelve a la tragedia espiritual. Jerusalén había pecado gravemente (v. 8). Literalmente, “ha pecado un pecado”. La Ciudad Santa llegó a ser inmunda. Debido a su estado, los que la habían honrado la despreciaban. Jerusalén fue avergonzada. Los enemigos habían visto su desnudez. Gemían y se daban la vuelta.

Su inmundicia estaba en sus faldas haciendo referencia, a la mancha de sangre menstrual. Jerusalén no tuvo prudencia (v. 9). No consideró las consecuencias de sus actos. Era tan indiferente frente a sus responsabilidades espirituales que no pensó en la posibilidad de que sus pecados traerían consigo la destrucción. Por eso, vino la caída de la ciudad y no encontraron ningún consolador.

Los babilonios despojaron el templo de todos los artículos del culto. Que los paganos entraran en el santuario santo de Dios era lo peor que podía ocurrir. Para el resto de los israelitas que no eran del sacerdocio, les era prohibido entrar en el lugar santísimo. En este caso, los extranjeros, que no podían formar parte de la congregación israelita, estaban contaminando el lugar santo de la manera más desenfrenada (v. 10).

En el v. 11 se muestra el cuadro de hambruna que había caído en la ciudad. Los habitantes de Jerusalén vendían sus posesiones para comprar comida, mostrando las circunstancias que rodeaban la ciudad, antes del colapso de la resistencia en 587 a.C.

La cuidad misma comenzaba a expresar su dolor. Su lamentación era casi abrumador.  Inicia con una súplica clamando por piedad, en forma de pregunta: "No os conmueve a vosotros?… (v. 12), que nunca os suceda a vosotros!”, sigue implorando para que alguien, cualquiera que fuera, tuviera compasión, como si dijera: “No me abandonen, miren, por favor, e interésense en mí

Desde su trono altísimo el Señor arrojó fuego que penetró y quemó los huesos (v. 13). Al utilizar la figura del fuego, una trampa y la desolación, el poeta daba expresión gráfica a todos los horrores del momento que sobrevino a Jerusalén. El fuego quemó hasta los rincones interiores de la ciudad.

La ciudad lamentaba el sufrimiento bajo el yugo (v. 14) que la mano que el Señor mismo había preparado. Era el yugo hecho de sus rebeliones hacia Dios. Esos actos rebeldes y sediciosos, habían caído como una carga pesada sobre su cuello. De esa manera el Señor hizo que su fuerza tambaleara.  Jehová la había entregado en manos de otros mas que ella.

En su juicio el Señor juntó fuerzas superiores para vencerla (v. 15). No era de sorprenderse que lloraran de esa manera (v. 16), "El consolador que restaura mi alma, se había alejado. Los hijos estaban desolados y el enemigo había salido victorioso".

En el v. 17  se describe a Sion: "extendió en su pena los brazos, tentando con las manos en derredor, pero no resultó. No hubo quién la consolara". La razón era que el Señor no lo había determinado así. Mandó que los que rodeaban a la Jerusalén caída fueran sus enemigos. Jerusalén misma era cosa inmunda entre ellos.

El Señor es justo, y lo que hace es justo. La ciudad agobiada confesó algo así como: “La culpa la tengo yo, no él”. Se afirma: "Yo me rebelé contra su palabra" (v.18). Una vez más ruega a todos que oyeran su clamor y vieran su sufrimiento. Sus jóvenes, varones y mujeres, el futuro de la nación, habían sido llevados al cautiverio.

La confesión sigue. Reconoce que había llamado a sus amantes, pero le decepcionaron (v. 19). Sus dirigentes espirituales y civiles habían perecido, cayeron mientras buscaban comida para mantenerse vivos.

Otra vez claman a Jehová. Esta vez es una oración al Señor para que ponga atención en lo que había sucedido. Dice algo así como: “Señor, mira mi situación triste. Ve cuán afligida estoy adentro y afuera. Ve como están agitadas mis entrañas. Mi corazón está revuelto dentro de mí. Sí, he sido rebelde al extremo”. Como resultado, la espada había traído muerte en la calle, y la muerte reinaba (v. 20).

Los que rodeaban al pueblo de Dios podían oír los gemidos; sin embargo, no dieron ningún consuelo. Los enemigos habían oído del mal que había sobrevenido a Jerusalén, y se sentían alegres. La última línea es un clamor al Señor por la venganza (v. 21). En otros términos, dice: “Hazles, oh Señor, como yo. Págales con su propia moneda”.

En resumen se muestra la confianza del pueblo, en que Jehová es verdaderamente el Señor de todo el mundo y que ningún pecador escapará al castigo merecido. La oración reconoce que el Dios que los castigó, es también su única esperanza. Del lamento, como resultado de la destrucción de Jerusalén y el sufrimiento agudo del pueblo de Dios, nació un clamor a Dios por la venganza sobre los enemigos que habían causado tal destrucción y desolación.

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