Jeremias 30 - Ps. Jose Guerrero

Consolación


Jeremías 30:3  Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Judá, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán.

Los caps. 30 y 31 contienen los mensajes más importantes de consolación y esperanza de Dios, para la restauración del pueblo de su cautividad. En estos dos capítulos Dios revela su plan para producir el rescate. Desde la cautividad y el exilio, Dios iba a producir el milagro de la restauración. El exilio no fue su última palabra.

En los vv. 1–3 el profeta es llamado a escribir en un libro todas estas palabras que el Señor había hablado. Mensajes de “edificar y plantar” a su pueblo de nuevo, trayéndoles de su destierro en Babilonia y de los otros lugares donde habían sido llevados, para gozarse de nuevo de su protección y su cuidado.

Dios era el actor principal en el destierro y la derrota, y el actor principal en la consolación y la restauración. Es interesante que la restauración no era solamente para Judá sino también para Israel, que había sido deportada por los asirios en 722 a.C.

En los vv. 4–11 hay tres lecciones que El Señor quería dar a su pueblo.

Terror y espanto, vv. 4–7. En medio de la promesa de esta esperanza y consolación, se oye un grito de espanto. No hay paz en ningún lugar. En lugar de paz, hay terror. Los hombres están en gran terror frente a la destrucción que iban a sufrir, son como las mujeres que sufren en un parto difícil. Todo el pueblo tenía pánico. La palidez de sus caras demostraba el miedo frente a la destrucción total de su mundo. También era el resultado de la muerte que les rodeaba y que muchos iban a experimentar. Iba a ser un día terrible para todo el pueblo.

Librados por Dios, vv. 8-9. La acción de Dios era definitiva en la liberación de su pueblo. Se nota la diferencia entre el pueblo temblando y parado con terror de los versos anteriores y el poder tan grande de Dios en su acción de liberación. El Señor iba a quebrar el yugo imperialista y romper las coyundas, las dos evidencias de su esclavitud al imperio babilónico Van a ser librados del pueblo que los había esclavizado.

Dios demandaría su justicia. Dios es justo y demanda que sus seguidores practiquen la justicia, vivan rectamente, cuiden de los pobres, viudas y los huérfanos; que no se aprovechen de la gente, que no roben, que no sean deshonestos en los negocios y su vida social. Practicar la justicia sería seguir las maneras en las cuales El Señor había instruido a su pueblo, de amarle a él y al prójimo como a sí mismo.

En los vv. 12–17 el profeta usa otras metáforas para el exilio y la restauración, la de la enfermedad incurable y el milagro de la sanidad. Es un cuadro preciso de la situación de Israel. El pueblo de Dios está enfermo con una enfermedad terminal, incurable. No hay esperanza alguna, pero la voz de Dios viene con seguridad: … yo te traeré sanidad, y curaré tus heridas (v. 17). Después de tener una enfermedad incurable por muchos años demuestra que la sanidad es un milagro de la misericordia del Señor.

De los vv. 18–22. La visión de curación y la restauración del pueblo que se había descrito, ahora se explica con más claridad y detalle. Iba a tener un nuevo principio, un nuevo día. Dios iba a tener misericordia y compasión sobre las familias de la nación, sobre sus moradas, sus tiendas. La ciudad sería restaurada; se levantaría de las cenizas y escombros de su destrucción. Además de la restauración de la ciudad, el palacio sería reedificado, indicando aquí la estabilidad del pueblo y su liderazgo. Iba a ser una nación de nuevo, gobernada por uno de los suyos, no por uno impuesto por sus conquistadores. Iban a renovar el pacto con la afirmación de la relación personal entre el pueblo y Dios.

En los vv. 23-24 se intercalan de nuevo las palabras de juicio con las de consolación y esperanza. De nuevo se habla de lo horrible del furor de Dios contra los pecadores. El huracán giraría por encima de las cabezas y traería destrucción sobre ellos. Era algo que el pueblo no podía controlar. Giraría amenazante y de repente caería irrumpiendo la vida de la nación. El ardor del Señor iba a cumplir su propósito, el castigo del pueblo pecador.

El capítulo termina con una oración donde Dios promete entendimiento al final de los días. Seguramente en medio del exilio hubiera sido muy difícil para los cautivos entender cómo Dios iba a castigar a los pueblos que les habían castigado a ellos. Sin embargo, Dios es soberano y conocedor de sus planes. Él sabe cómo promueve sus planes en el mundo entero. Se puede dejar este misterio en sus manos, porque se confía en su amor y misericordia. Aun en medio del juicio, hay esperanza.

 

 

 

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