Jeremias 29 - Ps. Jose Guerrero

Misericordia por los cautivos

Jeremías 29:1 Estas son las palabras de la carta que el profeta Jeremías envió de Jerusalén a los ancianos que habían quedado de los que fueron transportados, y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia 

En 597 a.C. Nabucodonosor había llevado cautivos al joven rey Joaquín y la reina madre, junto a líderes políticos, magistrados, artesanos y herreros. Ellos no eran tratados como esclavos, porque se les dejaba vivir juntos y con cierta libertad, pero eran rehenes en del rey Nabucodonosor y así mantener control sobre el pueblo de Judá.

Jeremías envió esta carta, junto con otra carta que Sedequías envió a Nabucodonosor, para asegurarle su lealtad como siervo del imperio. Elasa y Gemarías, miembros de familias de la nobleza de Judá, fueron los mensajeros y emisarios para llevar el tributo requerido por Babilonia.

A pesar de sus problemas con muchas personas, Jeremías tenía amistades cercanas al rey, que le dieron ayuda en los momentos apremiantes. Estas familias cercanas a la corte, reconocían que los reyes estaban lejos de los mandatos del Señor y que él les había enviado sus palabras por medio de Jeremías sobre la situación actual. Se ve que estos dos hombres simpatizaban con Jeremías a pesar de que eran siervos del rey. Por eso, llevaron la carta a los cautivos.

La carta fuera enviada a los ancianos, sacerdotes, profetas y todo el  pueblo que Nabucodonosor había deportado a Babilonia. Sin embargo, no menciona al rey judío Joaquín, ni a la reina madre. Al finalizar el libro de Jeremías y también en 2 Reyes, se habla de Joaquín en la corte del rey Evilmerodac. Por fin, después de 37 años Joaquín recibe honores de este rey incluyendo ropa nueva, comida y reconocimiento en la corte (52:31–34).

Jeremías sabía que había profetas falsos como Ananías en Judá y otros en Babilonia que estaban dando un mensaje falso al pueblo, diciéndoles que su cautividad en Babilonia iba a terminar pronto. No solamente daban una esperanza falsa al pueblo sino que ponían en peligro la vida de los cautivos porque ellos podrían ser considerados como incitadores de rebelión contra el rey.

Desde los vv. 4–14. Dios da mandatos al pueblo y estos son el centro de esta carta. Le dice: “Edificad casas y habitadlas”. No debían pensar que el exilio iba a ser corto, porque duraría 70 años. Los falsos profetas les habían indicado que regresarían pronto a su tierra, pero este mensaje era falso.

El mandato de Dios sigue: “Plantad huertos y comed del fruto de ellos. Contraed matrimonio y engendrad hijos e hijas … Multiplicaos allí y no disminuyáis”. Estos mandatos tenían que ver vida normal. Tenían que prepararse para vivir exiliados de su tierra por un tiempo largo y el resultado era que Dios iba a bendecirles en el exilio.

En el v. 7, el Señor les manda: “Debían buscar el bienestar de la ciudad donde viven como cautivos”. Jehová insiste en que debían orar por este país, por su bienestar y así los cautivos recibirían de ese bienestar. Jehová quería que supieran que, aun en el exilio, ellos podrían crecer en número, podrían ser bendición a otros, podrían gozarse de sus familias y podrían prepararse para su retorno a Jerusalén.

Hay una tendencia de temer tales situaciones, y de aislarse de estas personas tan diferentes, pero la enseñanza más clara aquí es que hay que orar por estas personas, y hay que esforzarse para entenderlos porque el bienestar de ellos significaría el bienestar mutuo.

El peligro para los cautivos era escuchar y creer las profecías falsas de los profetas falsos. Dios califica sus profecías como un engaño, el resultado de los encantadores y sus sueños. Sus mensajes son falsos. Dios insiste: Yo no los envié (v. 9). Como en todo tiempo era muy llamativo el mensaje que uno quería oír, y fácilmente se les engañaría y se les desviaría del camino del Señor.

Empezando con el v. 10 Dios repite su plan para el pueblo. Iban a estar unos 70 años en el cautiverio, después Dios iba a cumplir su promesa, de hacerles regresar a su tierra. Seguidamente el Señor expresa “Porque yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, planes de bienestar y no de mal, para daros porvenir y esperanza (v. 11). En medio de la maldad y el sufrimiento del exilio, Dios tiene un plan de bendición especial para ellos.

El pueblo en aquel entonces habría de tomar decisiones que reconocerían su pecado, su necesidad de arrepentimiento y su seguimiento a Jehová y sus enseñanzas. Como resultado Dios iba a restaurarles a su tierra. La restauración iba a ser total, toda la nación de Israel. Dios afirma: “Y os haré volver …” (v. 14).

En el v. 16 se habla de Sedequías, el rey actual en Jerusalén y el pueblo que quedaba allí. Habría un nuevo ataque contra la ciudad por parte de Babilonia y, traería espada, hambre y peste. El rey y el pueblo que habían quedado en Jerusalén pensaban que eran los privilegiados, los preferidos, porque no habían sido llevados a Babilonia. Pero Dios los compara con los higos malos que no sirven para nada (24:8). Iban a ser objetos de horror, de espanto y de burla de las naciones donde han sido dispersados. La razón por este castigo es que no habían escuchado las palabras que Jehová les había enviado por medio de los profetas.

El v. 21 presenta una acusación contra dos profetas falsos, Acab y Sedequías, quienes vivían en Babilonia y habían profetizado falsamente.  Dios les anuncia que les entregaría a Nabucodonosor quien les mataría quemándolos en un horno. (v. 22). Seguramente Sedequías y Acab habían hablado contra el rey y de colaborar con el pueblo de su cautiverio, contradiciendo el mensaje de Jeremías que Nabucodonosor era el siervo de Dios e iba a reinar bajo su protección.

En el ultimo párrafo de este capítulo (vv. 24–32) habla de Semaías, otro de los falsos profetas que vivía en Babilonia. Él escribe al profeta Sofonías que residía en Jerusalén, con la idea de que debía poner a Jeremías en el cepo o en un collar de hierro, como hacían a cualquier “loco” que quería profetizar. La idea de Semaías parece ser que reprendiendo a Jeremías en esta forma podrían tildarle de loco, y así callarle o por lo menos terminar con este envío de cartas a los exiliados.

Lo que había molestado a Semaías era la carta que Jeremías había enviado a los cautivos. En esta carta había enfatizado que el cautiverio iba a ser largo, que habría que edificar casas y plantar huertos para llevar la vida “normal” en el exilio. Seguramente Semaías había profetizado que el cautiverio iba a durar poco y pronto todos estarían de nuevo en Judá. Sus palabras seguramente eran populares, pero eran falsas. Él quería continuar con su popularidad entre el pueblo exiliado.

Sofonías, el profeta en Jerusalén, recibió la carta y la leyó a Jeremías, y entonces era la voz de la condenación de Jehová que se oía. Semaías es un profeta falso porque había hablado sin que Dios le hubiera enviado, además ha engañado al pueblo haciéndoles creer una mentira. Dios ha insistido en todo este libro en que el profeta verdadero es uno que ha sido enviado por él. Con esta doble acusación Jehová anuncia que iba a castigarle a él y a su descendencia. No habrá ninguno de ellos que fuera a vivir para ver la bendición de Jehová para su pueblo al terminar el exilio con la restauración. En otras palabras, ellos van a morir y la memoria de ellos también.

 

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